EL dilema de la derecha española se encarna esta semana en la moción de censura que apadrina Vox. El partido de Santiago Abascal, que pasó de golpe de ser un pelo en la cola del león a convertirse en la cabeza de una rata que enseña los dientes e intimida a presas mucho mayores que ella, ha ganado todas sus batallas hacia la orientación intelectual de esa derecha. Barnizada durante décadas de una capa de liberalidad en el pensamiento social que le permitía justificarse como proyecto de centro reformista, hoy la corrosión interna ha desconchado su fachada. El debate que debe resolver Pablo Casado en el PP ni siquera es de naturaleza ideológica, pues ha elegido hoja de ruta y no es un referente para reconducirla. Su PP ha abrazado un discurso ultraconservador, confesional incluso, no desde una perspectiva religiosa sino de ideología social populista. Vox ha ganado la batalla del relato. A Casado le preocupa igual retratarse como perdedor en una moción de censura ajena y condenada a perder que ceder la imagen de liderazgo opositor desmarcándose de ella. Cuando se lleva tanto tiempo criminalizando al diferente, alimentando el tacticismo, la contrapedagogía social y la manipulación de sentimientos, cualquier intento de reconducirse es el reconocimiento de una derrota. Es la inercia que conduce a instrumentalizar la democracia en favor de lo que no lo es.