NO han conseguido convencerme de cierta interpretación de lo que es el sentido de Estado. Entiendo la lógica de la estabilidad del modelo político institucionalizado como pilar de una democracia representativa -toma ya, la frase-. Pero no comparto eso de darle personalidad propia, como si tuviera voluntad o fuera sagrado, al Estado en sí del mismo modo que no participo de unidades de destino en lo universal. La historia acredita que los vínculos que cohesionan las sociedades humanas son flexibles, cambiantes y hasta evolutivos y redundan en la transformación de los mapas políticos del mundo como causa y a la vez consecuencia de la propia actividad humana. Hasta llegar a la democracia, entendida como marco legal y de convivencia en el respeto a la diversidad, los derechos individuales y colectivos y el sufragio universal, se han cometido aberraciones en nombre del Estado. Después, también. El caso es que desconfío de las apelaciones al sentido de Estado que llegan de lobbies de interés socioeconómico tratando de evitar una determinada configuración del próximo gobierno español: esa del pacto con “los comunistas” y “los independentistas”. Entiendo la desazón de los que ven materializarse sus peores temores atávicos y no pueden elegir, como antaño, entre una España roja o una España rota porque su propia gestión del pasado ha dado lugar a ambos escenarios simultáneos. Todo este rollo para decir que cuando la CEOE entiende el sentido de Estado en impedir un Gobierno PSOE-Podemos, tiene todo el derecho a reclamarlo y también a ser criticada por la intención política de acomodar a sus intereses la voluntad salida de las urnas. Y todos igual de demócratas.