DEBO de resultar fácil de escandalizar porque ayer no dejaba de frotarme los ojos al contemplar el tratamiento mediático de la práctica totalidad de los medios españoles sobre lo ocurrido la víspera en el Valle de los Caídos y el cementerio de Mingorrubio. La actitud meramente descriptiva de la sucesión de acontecimientos, la escasez de contexto y la mínima valoración de lo que se pudo ver en directo me hacía recordar la crónica neutra de un partido de fútbol que no le va ni le viene al locutor. Puedo entender que todos diéramos por contado el contexto de la dictadura y el papel del régimen en la persecución y casi aniquilación del pensamiento libre en la España de los años 40 y 50 del siglo pasado. Incluso que la mano de pintura que sobre el final de un régimen -que no obstante murió matando- supuso el desarrollismo de los 60 haya reducido la acidez estomacal de muchos por aquello de la Seguridad Social y el esfuerzo hidrológico. Pero debería resultarnos insoportable la apología y el desprecio a las víctimas. Al menos tanto como cuando lo hacen otros con otras apologías y otras víctimas. Pero al franquismo latente se le regaló un escaparate mediático ante el que aún no he escuchado a nadie pedir que tercie la Audiencia Nacional. Mientras los Franco paseaban arrogancia y reprochaban falta de libertad, Tejero se llevaba los vítores de la concurrencia. Y los responsables de la retransmisión de lo que acabó siendo un puro homenaje al dictador no notaron, entre cortes publicitarios y editoriales sobre el efecto del día en la precampaña, que su normalidad impostada acababa por ser cómplice de la humillación. Nos encajaron un gol en Mingorrubio y ni siquiera lo narraron.