HASTA que nos vuelquen el próximo sondeo, los viciosos de la analítica tendremos que darnos satisfacción con el del CIS, parcialmente rehabilitado por los resultados del 28-A tras haber sido vilipendiado y puesto a la altura de Onán por esa costumbre de extraer conclusiones de datos parciales o de ningún dato, incluso. Conocido que el tsunami Vox se quedó en el rompeolas de las urnas y no inundó terreno democrático fértil -más allá del chapuzón que se llevó el PP- pica la curiosidad malsana de ver si esos mismos votantes dispuestos a poner el Congreso en manos de los conquistadores de Abascal los quieren también para sus ayuntamientos y gobiernos autonómicos. La respuesta -siempre a la luz de la previsión del CIS- es no. El sol de la ultraderecha habría brillado tanto que habría consumido su combustible y, a nivel de municipios y autonomías, tiene pinta de quedarse en enana roja, con perdón. Lejos del 10% del voto cosechado hace unos días, los augurios dejan a Vox como fuerza testimonial con un escaño, en el mejor de los casos, en diez de los doce parlamentos autonómicos que se renuevan. Les quedan los sueldos públicos que les den los madrileños y los murcianos. Tampoco se augura inundación de euroescépticos en las urnas españolas, que mandarían a la Eurocámara no más de cinco representantes antisistema desde la derecha. Pero, seamos serios, en el pasado ha tenido plaza allí hasta Ruiz-Mateos, lo que demuestra lo cachondos que pueden ser algunos votantes españoles. Así que, después de poner freno a los ultras en las instituciones, toca ocuparse de quienes les copian el modelo bajo un barniz de demócratas.