Henry de Montherlant, escritor francés, se suicidó el jueves 21 de septiembre de 1972 en su domicilio de París. Para ello se tragó una cápsula de cianuro y se disparó un tiro en la boca, por miedo que el veneno no hiciera efecto. En una de sus obras, uno de sus personajes dice lo siguiente: “No tengo nada que hacer en una época en la que se castiga el honor, en la que se castiga la generosidad, en la que todo lo que es grande es menospreciado y escarnecido, en la que por todas partes, en primera fila, veo a la escoria, en la que por todas partes está asegurado el triunfo de los más estúpidos y abyectos”.
Y estamos en una distopía que no hemos querido ver venir. Los ataques del 7 de octubre por Hamas, que quedan pequeños frente al genocidio como respuesta por parte de Netanyahu. La crisis humanitaria del cuerno de África que no suscita tanta atención como Oriente Medio, pero en la que las cifras causan pavor. Y en ese contexto la reelección de Trump, que no es precisamente el primero de la clase.
Hay quien dice, como si fuera consuelo, que “el enfoque correcto respecto a Trump es tomarse en serio lo que dice, pero no literalmente”. Peor me lo ponen. Es toda una plutocracia, el gobierno de los ricos. Me imagino una quedada entre ellos, todos dispuestos a beneficiarse a una escala sin precedentes del hecho de que todos los no ricos piensen que la injusticia de nuestra sociedad es culpa de los que vienen de fuera. Imagino a Musk & cia sentados y hablando de lo mucho más ricos que creen que van a hacerse con Trump. Y riéndose a carcajadas de que muchos piensen que los inmigrantes son el problema. “¡Culpan a los inmigrantes!” y Elon Musk dice, con una risa pija: “En realidad, ¡yo soy un inmigrante!”. Y se ríen aún más. Y entonces Jeff Bezos dice: “¡Sí, mi padre también! Es de Cuba”. Y las carcajadas resuenan.
Pero no puedo estar de acuerdo con el inicio de la cita de Montherlant. Desesperarse y decir que no hay nada que hacer es estéril.