Si uno atiende a los titulares que se proponen en los medios españoles estos días, parece que todo el país estaría interesadísimo en una pelea entre grupos mediáticos de ámbito estatal. La batalla la disputan dos gladiadores a los que se les ha confiado el horario de máxima audiencia. Al principio de la temporada había un tercero en liza, pero según me cuentan ha quedado descabalgado y el camión escoba se lo ha llevado. Si usted no sabe de lo que hablo, deje de leer aquí. No siga, por favor. Le felicito por su independencia de criterio. No le daré en esta columna pista alguna que le saque de su loable ignorancia. Así que hasta la semana que viene. 

El caso es que -y si usted sigue aquí conmigo asumo que ya sabe de qué hablo- esos dos primeros espadas se baten en duelo por el share en esa franja horaria en el Estado. El formato de este tipo de productos no me resulta atractivo, de modo que, hagan los duelistas bien o mal su trabajo, no los veo y no puedo decirles a ustedes gran cosa sobre sus programas.

Lo que me interesa aquí es reflexionar sobre cómo los grandes grupos mediáticos crean -y otros muchos con sorprendente seguidismo le hacen el eco- ese duelo que sobreexcita artificialmente sus audiencias. Lo hacen con aparente inocencia, como si quisieran ponerse a nuestro servicio para informarnos lealmente de una competición que nos afectara. Montan el circo, crean la rivalidad y la avivan. Medios menores que nada tienen que ganar en ello se sienten obligados a participar en el debate, para no quedar fuera de lo que se supone que es actualidad porque los hermanos mayores han decidido que es actualidad. Así nos encontramos disputando, en terreno ajeno, porfías que nos son ajenas.

El viejo dicho de que no importa si hablan mal o bien de uno, mientras de uno se hable, se hace más cierto que nunca. En ocasiones las antipatías pueden generar más morbo y consecuentemente más seguimiento que la estima. El aprecio acostumbra a mostrarse más serenamente, mientras que el rechazo genera mayor cinemática, que es de lo que se trata en este mercado que lucha por atrapar en su tela de araña nuestro tiempo. Conviene no entrar en ese juego.

Mientras estos contendientes de la despiadada industria de la atención se la juegan para defender los intereses económicos o políticos de quienes los pagan, usted y yo podemos hacer otras cosas o cambiar de canal. Nuestra libertad no está en optar por uno de los dos, sino en escapar de esa falsa dicotomía por arriba o por abajo, por lo universal o por lo local, o por lo temático. En los márgenes de lo mainstream y de lo que se impone como actualidad precocinada en unos pocos despachos de Madrid existen formas de gobernar con cierta autónoma libertad nuestro tiempo libre.

Así como la semana pasada les recomendaba una película sueca, hoy les cuento que he descubierto hace poco la plataforma Primeran. ¡A buenas horas!, me dirán algunos. Mejor tarde que nunca, replico. Navegando otros mares nos colocamos fuera de esa falsa batalla de grandes intereses de la comunicación en España, en la que se supone que usted y yo estamos implicados y llamados a participar con cruzadas pasiones. Escapemos de esa disputa que, panem et circenses, es una lucha por nuestra atención, nuestro tiempo, nuestra opinión y nuestras mentes. 

¿Pero hablar de ello en esta columna no es ya una forma de hacerse eco y, por lo tanto, hacerles el juego y así, aun criticándolo, fomentarlo? Quiero creer que es posible evitarlo si no entramos en los detalles o contenidos de lo que en esos programas se ve o discute y si no comentamos si nos despierta más simpatía uno u otro. Intentemos terminar la columna sin regalarles de esa forma nuestra atención. No nos obliguemos a estar al tanto del duelo o a tomar parte en él. El mundo, afortunadamente, es mucho más grande y diverso, y al tiempo más pequeño y cercano, e incluso a veces más amable y bonito.