Aparece el jueves el ministro Félix Bolaños en una fotografía majestuosa, con la mano en el corazón, solo, frente a una corona de flores en Gernika. Para la historia, se diría, el gesto del Gobierno de España con la memoria histórica de la localidad vizcaína y Euskadi, bombardeada hace 86 años hasta su práctica destrucción. Sin embargo, la foto, vista desde otra óptica, ofrece una instantánea muy diferente. Porque la Historia –con mayúsculas– está sentada detrás de Bolaños, en la primera fila de los y las asistentes al acto de recuerdo por las personas masacradas en el ataque aéreo de 1937. Entre las y los supervivientes a la tragedia, Emilio Aperribay, junto a su hija, que esperaba poder explicar con cierta calma al ministro de Memoria Democrática del Gobierno Sanchez por qué es necesario que haya un gesto de reconocimiento expreso para con ellos y la villa. Una misma fotografía con dos protagonistas, con intenciones distintas ante un mismo acto, que sólo coincidieron tres minutos en una conversación express. La generosidad de quien ha pasado tanto (las víctimas) llevó a agradecer la presencia de Bolaños, pese a que quien se reclama defensor de su causa apenas tuviera unos minutos para atenderles. “Es que estaban muy atareados”, dijo Aperribay. Que sea la víctima la que justifique la falta de tiempo del ministro en un acto como el de Gernika debería cuando menos llevar a Bolaños al sonrojo. Pero me temo que no. Me temo que la fotografía, la primera, la de la mano en el corazón es la que queda. Majestuoso, sí, pero vacío. Su actitud, su falta de tiempo para estar con las personas damnificadas por el bombardeo fascista, convierte su visita en propaganda. Para que la Memoria Histórica sea posible hay que creérsela. De poco sirve decir que “su recuerdo (el de las víctimas) inspira nuestra democracia” para luego no sentarse a escucharlas. Eso, lamentablemente, no se ve en las fotografías. Claro que una imagen vale más que mil palabras. Y de eso sabe mucho el gobierno Sánchez. Fotogobierno Sz.