EL nuevo contrato de Iñaki Williams plasma en un documento un compromiso mutuo. Expuesto así, genéricamente, no se diferencia de cualquier operación rubricada en Ibaigane, donde se combinan el interés del club en asegurarse la continuidad del jugador y la voluntad expresa de este de vestir de rojiblanco. Pero ocurre que los términos consensuados para el apretón de manos se salen de lo normal, tanto los que han trascendido (duración y cláusula) como, presumiblemente, aquellos que quedan en el ámbito privado (ficha e incentivos, si los hubiese). Siendo esto así, dada su magnitud, más que de una operación normal o común hablaríamos de una singular.

De hecho, los mensajes vertidos en el anuncio estuvieron enfocados a subrayar el valor de que un futbolista con mercado decida quedarse y además para toda la vida, pues a la conclusión del vínculo habrá cumplido los 34 años. El caso de Williams debiera servir, según se escuchó en la sala de prensa de San Mamés, de ejemplo para las generaciones venideras, que tendrían en el delantero una referencia para ahondar en su lealtad al escudo. Como una “muestra de fidelidad” catalogó su sí al Athletic el propio Williams, quien aseguró que siempre, desde su captación en 2012, ha querido estar donde está, que le encanta la idea de compartir caseta en un futuro con su hermano menor y que reverencia la figura de Iribar, pues es testigo directo de que no deja de recibir muestras de cariño allá por donde va. Hasta aquí la venta para consumo interno de la impactante noticia de ayer; la versión amable, la que endulza los oídos del entorno y alimenta ese sentimiento que actúa como auténtico motor de una institución plenamente arraigada en la calle.

Las reflexiones que aquí se van a exponer no pretenden ni por asomo cuestionar la sinceridad de Williams. Seguro que siente el Athletic, está orgulloso de representarle y cree firmemente que la decisión que toma es muy beneficiosa para el club. Sin embargo, no es menos cierto, y es que ni siquiera se oculta, que en el origen de este contrato resuenan unos cantos de sirena procedentes de la Premier, detectados mediada la temporada anterior. El Athletic se dirige a Williams para negociar una mejora porque sabe que tiene algún pretendiente, quizá hasta se entera de su existencia a través del agente del jugador. De acuerdo que Williams prefiere no moverse y pone de su parte para que la foto de ayer sea una realidad, pero a cambio obtiene unas condiciones laborales extraordinarias o, para ser más precisos, más extraordinarias de las que ya regían desde que en enero de 2018 suscribiese su anterior contrato, con fecha de vencimiento en 2025.

Desde la perspectiva del Athletic, el paso dado denota un temor cierto y, por qué no, comprensible ante la eventualidad de la pérdida de un valor consolidado sin recambio en el corto plazo y que encima es el delantero del equipo. Estiman sus dirigentes que la ficha y la cláusula incluidas en el “pedazo de contrato” vigente hasta ayer podían ser insuficientes y toman medidas contundentes: tres temporadas más y un salto de 88 a 135 millones en el precio del jugador. Sucede que el poder disuasorio de la cláusula es relativo mientras persista el desenfreno económico en el fútbol y, a ver, en este caso concreto ¿no estaba de más la cláusula? Por último, firmar a un futbolista para nueve años no deja de ser una apuesta muy exagerada.