SEVILLA, pero sobre todo el Sánchez Pizjuán, ha sido un destino poco agradecido para el Athletic. Con solo pensar que será allí donde se decida el signo de la temporada, al instante desfilan por la memoria una colección de disgustos que confieren al partido de mañana el grado de máxima dificultad, como si el equipo viajase al Camp Nou o el Bernabéu. Y tampoco puede ser para tanto. No lo es, pero como resulta que el Sevilla también está necesitado y no puede permitirse perder, automáticamente nos vienen las imágenes del calor, la desorientación, los olés y las palmas. En fin, que se cede al derrotismo.

Ese temor a perder se justificaría por los episodios de la década anterior. Fue entonces cuando el Sevilla le hizo cuatro goles al Athletic hasta en cinco partidos, uno de ellos en San Mamés, de donde además arrancó cinco victorias. Datos que describían al cuadro andaluz como un enemigo a evitar. Pero las goleadas se terminaron, de hecho el Sevilla va a completar la década vigente sin olerla en Bilbao y en cambio el Athletic ha ganado y ha empatado este duelo como visitante. Así que el balance global desde 2010 favorece a los rojiblancos, al menos en liga.

Para la historia también queda por ahí, porque es inolvidable, un cruce copero resuelto en el viejo San Mamés en el invierno de 2009 y que, a la vista de las estadísticas posteriores, establece el inicio de una época de tuteo entre ambos clubes que perdura hasta hoy. En dicho contexto se enmarcarían los cuartos de final de Europa League de 2016, infelizmente resueltos en la tanda de penaltis, pero paradigma de un equilibrio de fuerzas reforzado por la clasificación actual.

Tres puntos de ventaja posee el Sevilla, un margen que si mañana desaparece invertirá las posiciones de ambos dejando sexto al Athletic. La hipótesis se sustenta en que en los últimos meses mientras el Athletic se levantaba y crecía tras partir de la zona de descenso, la pujanza andaluza se ha resentido. Seguro que la desigual carga de partidos ha influido para que hayan llegado casi a la par a la jornada definitiva, pues el Sevilla acumula en las piernas y la mente de sus futbolistas 19 partidos más que el Athletic y empezó a competir en julio. Arrancó como un tiro, aguantó bien hasta la mitad del curso, pero fue perdiendo gas bajo la dirección de Machín y el turno de Caparrós no ha tenido el efecto buscado pese a la calidad y profundidad de su plantilla.

Ahora bien, únicamente se trata de jugar 90 minutos más y el Sevilla lo hará en calidad de local. Corre el riesgo de repetir la experiencia de este año, si pierde se verá de nuevo en la tesitura de gestionar sucesivas rondas estivales para entrar en Europa. Un empate le evitaría al Sevilla tanto desgaste y se lo endosaría al Athletic. Es el marcador que muchos esperan, en la idea de que para los de Garitano ser séptimos supone asegurarse una conquista impensable en navidades.

Forzar un empate a partir de la complicidad es viable, no lo es tanto plantear el partido desde el primer minuto con esa finalidad. Se han dado casos, que diría aquel, pero renunciar de entrada a la victoria conlleva un peligro porque los equipos no pueden de antemano prestarse al pasteleo. Salir al campo con la idea de empatar equivale a cursar una invitación a la derrota. Y desde luego el Athletic no puede permitirse caer en el Pizjuán porque podría acabar octavo y sin premio. Otra cosa es que el marcador registre un empate con el encuentro muy avanzado y surja un acuerdo tácito de no agresión. Pero en la hora y pico previa, la única consigna que debe inspirar a unos y otros es la de perseguir con ahínco el triunfo. Cuesta visualizar a los entrenadores diciendo algo diferente a sus hombres en la caseta instantes antes de que el sol sevillano golpee duro en sus cabezas.