EL 30 de septiembre de 2016, los líderes de EH Bildu, sonrisa de regocijo en el rostro, brindaban públicamente con cava el escaño por Bizkaia que tras la resolución de las reclamaciones y por un pequeño puñado de votos le adjudicó la Junta Electoral en detrimento del PNV en los comicios vascos. La alegría desbordante se explicaba no solo por el logro de un asiento más en el Parlamento Vasco, sino porque la posible reedición de la coalición PNV-PSE en el Gobierno quedaba en minoría.
Los satisfechos dirigentes de la izquierda abertzale pensaron entonces que aquel escaño que debilitaba a Iñigo Urkullu les daba la llave de la gobernabilidad de Euskadi, que EH Bildu sería decisivo en las políticas futuras de Euskadi para embridar al nacionalismo gobernante condicionando su acción y, al mismo tiempo, aparecer como la alternativa.
Casi dos años y medio después, nada de eso ha sucedido. Salvo en la aprobación de las bases para abordar el nuevo estatus -aún en fase embrionaria de articulación por parte de los juristas-, EH Bildu no se ha visualizado en la Cámara como opción decisiva de gobierno. Y oportunidades ha tenido.
En el debate presupuestario pudo haber sido la clave para la mejora de las condiciones de vida de mucha gente. No quiso o no pudo o no supo. Quizá pensó que lo ideal -y no lo bueno- era lo posible o quizá fue el vértigo.
El caso es que ayer en el Parlamento Vasco volvió a quedar, por propia iniciativa, cerca de la irrelevancia. Porque con su inexplicable actitud de no participar, es decir, de no solo no mancharse las manos sino de lavárselas a lo Poncio Pilato, exhibió su propia impotencia.
Así que, al final, un Gobierno formado por dos partidos de diferente ideología y adscripción nacional como PNV y PSE ha podido aprobar esas leyes paliativas de la prórroga presupuestaria tanto con la izquierda (Elkarrekin Podemos) como con la derecha (PP), con EH Bildu escondida en sus escaños. La consecuencia es que la RGI aumenta, el sueldo de los funcionarios vascos sube y también los docentes de la red concertada tienen su incremento. Todo ello mientras la izquierda abertzale, sin votar ni a favor ni en contra ni absteniéndose, sigue lavándose las manos sin lograr que terminen limpias.