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Otegi: deciden por nosotros

No es justo culpar a Bildu de haber elegido un candidato no elegible a sabiendas. De ser así, forma parte del juego político

No entiendo de leyes. O no hasta el punto en el que los juristas han estado debatiendo, a favor y en contra con argumentos que parecían al menos discutibles, sobre la inhabilitación de Arnaldo Otegi como candidato por EH Bildu. Pero sé que una buena parte de la ciudadanía vasca, más allá de la izquierda abertzale, quería tener de una vez por todas unas elecciones que no tuvieran este punto anómalo.

Antes porque candidatos del PP y del PSE estuvieron de manera infame perseguidos por ETA; después, porque el “todo es ETA” llevó a una sucesión de ilegalizaciones que, como círculos concéntricos, cada vez abarcaban a más personas; la última vez, al límite, se aceptó una candidatura proscrita en precampaña; y ahora, Otegi. Ya nos tocaba una elección que, aunque suene paradójico, debía de ser la primera con todas las de la ley (en sentido coloquial, no jurídico). Hace tiempo que la ley va por un lado y la sociedad vasca va por otro.

No sé si EH Bildu calculó esta circunstancia, si la elección de Maddalen Iriarte como número dos fue una decisión tomada pensando que su tirón cubriría la vacante de Otegi, si en ese tránsito complicado de la izquierda abertzale desde que ETA anunció el final de la violencia podría beneficiar un punto de tensión como el que ha supuesto, y seguirá estando presente, la inhabilitación de Otegi... no lo sé. Pero yo no me cambiaría. Por eso, no creo justo culpar a EH Bildu de haber elegido un candidato no elegible a sabiendas. Si así hubiera sido, también forma parte del juego político.

Añadamos un elemento más. El Tribunal Constitucional, para este caso y para tantas otras cosas, es un tribunal de parte. De hecho, se ha convertido en el último bastión de la defensa de la quintaesencia española. Miren a Catalunya, acuérdense cómo se ha llegado hasta aquí y qué responsabilidad tiene el TC al anular lo que refrendó con sus votos la mayoría de la ciudadanía.

Salvando las distancias, estamos en las mismas. La mayoría de la ciudadanía vasca creyó que Otegi y el resto no cometieron delito alguno por el caso Bateragune (nunca escuchamos a un Otegi tan claro como el que en el banquillo explicó cómo trataba de convencer a ETA para que acabara con la violencia) y mantener esta anormalidad puede tener una explicación jurídica, pero atiende una realidad alejada de lo que la sociedad vasca vive con normalidad: la integración de la izquierda aber-tzale, también con las críticas a su pasado, en un sistema del que renegaron. Otegi no es hoy mejor ni peor que mañana. Es el mismo al que conocemos, con su pasado y, por desgracia, sin un futuro político que nos correspondía decidir sin que un tribunal cada vez más lejano decidiera por la sociedad vasca.