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La escalada del rock

LA anunciada ascensión a Kobetamendi no tiene nada que ver con esa peregrinación de la que tanto se hablaba, antes del terrible terremoto de Nepal, hacia la cordillera del Himalaya. Eso sí, aquellos que aspiran a tocar el cielo con las manos en la cumbre del Everest sentirán, supongo, una adrenalina distinta a la que sientan las más de 120.000 personas que se acerquen estos días para recrearse con la visión de las estrellas del rock & roll. Subirán, digo, con la misma pasión aunque los aires que respiren unos y otros serán distintos. Al primero le hace falta oxígeno, al segundo le sobra marihuana.

¿Qué pude esperar de los conciertos el gentío que se desplace hasta Kobetamendi? Todo un espectáculo de la naturaleza humana. Acuden como antídoto a la peor enfermedad que se conoce cuando uno está sano: el aburrimiento. Muchos de ellos hubiesen disfrutado con aquel comentario de John Lennon en uno de sus conciertos al que acudió la Reina de Inglaterra. A sabiendas de que era así, el hombre beatle comentó “para nuestro siguiente número me gustaría pedir vuestra ayuda: la gente de los asientos más baratos debe dar palmas y el resto de ustedes puede simplemente sacudir sus joyas”. No, no creo que ninguno de los que acudan a Kobetamendi lleve encima oro suficiente para hacerlo tintinear.

Ya se preparan los fieles, que escucharán los improperios de quienes no les entienden. Les da igual, Cono dijo uno de sus ídolos, Frank Zappa, “recuerda que la información no es conocimiento. El conocimiento no es sabiduría. La sabiduría no es verdad. La verdad no es la belleza. La belleza no es el amor. El amor no es la música. La música... la música es lo mejor”. Y los adoradores del diablo braman.