el inagotado debate en torno a la protección a las víctimas pone en relación dos conceptos de compleja interrelación: memoria e historia. La memoria es individual, y por ello parcial y subjetiva, al ser fruto de las duras vivencias personales sufridas. La historia es -o debería ser?-, en cambio, colectiva, y aspirar a ser total, globalmente comprensiva y objetiva. Cada víctima de sufrimiento injusto merece el respeto, la protección y el respaldo social y jurídico. Nadie puede pretender patrimonializar ni representar in toto el dolor de las víctimas, ni jerarquizar su dolor y su sufrimiento, porque ese objetivo perseguido desde ciertas instancias políticas de elevar al grado de categorías o estatus las diferentes realidades integradas en el concepto de víctima implica caer en la doctrina del agravio.
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