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El PP y los fachas

SE diría que es una epidemia. Cada dos o tres días aparece una noticia dando cuenta de que este o aquel dirigente local del PP sale en una fotografía rodeado o directamente exhibiendo símbolos franquistas. Aquí con el aguilucho, aquí levantando el brazo derecho con la palma extendida, aquí rindiendo tributo a una efigie del matarife de Ferrol. Aunque los hay más talluditos, la media de edad de los retratados en las mentadas actitudes anda por los 25 años. Son nostálgicos, manda carallo, de unos tiempos que no conocieron y, desde luego, sobre los que han leído muy mal en los libros de historia, si es que han tenido tal inquietud. Dicen sus mayores, en absoluto alarmados, que son chiquilladas, bromas que no van a ningún sitio, y que otros hacen cosas peores sin que se monte gran revuelo.

Ni mucho menos afirmaré que el PP está infestado hasta el tuétano de fascistas de camisa azul y correaje, pero sí que comprendo perfectamente que se extienda esa idea. Sencillamente, porque nadie de su cúpula o de los escalones inmediatamente anteriores hace nada para evitarlo. Al contrario, en lugar de llamar al orden a sus polluelos (y no tan polluelos), algunos practican el ataque como mejor defensa. A fecha de hoy, no se le ha soltado una colleja a su portavoz adjunto en el Congreso, Rafael Hernando, que llegó a sentenciar dos veces en 24 horas que la Segunda República provocó un millón de muertos. Con un par, estaba justificando el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y trasladando la responsabilidad de la guerra al gobierno legítimo que fue derrocado. Ese tipo es el que habla en las Cortes españolas en nombre de un partido que se enfada si se duda una migaja de su carácter democrático.

El PP, que exige a todo quisque arrepentimientos y contriciones flagelantes, tiene un problema con el pasado. Pero hay algo aun más grave: lo tiene también con el presente. Y no parece querer solucionarlo.