Nos ha impactado estos días la triste noticia del asesinato del joven cristiano Charlie Kirk (1993-2025). Pero aún más triste es ver y oír reacciones de distintos medios de comunicación. Algunos demonizando su figura y posiciones ideológicas, otros manipulando y tergiversando citas de sus comentarios, otros justificando directamente su asesinato, ¿por tener ideas diferentes? 

El crimen de Charlie Kirk, que deja con 31 años viuda y 2 hijos huérfanos fue defender sus ideas, de manera libre y en debates abiertos, que es la esencia de la democracia, como la famosa frase: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo”. 

Ahora parece haberse transformado en “si no me gusta lo que dices, te mataré”.

Algo está podrido hasta la médula en nuestras sociedades occidentales cuando las víctimas no son iguales ante los mismos ataques o mismos hechos: depende del color de la piel, su ideología o su bandera.

Algo hace saltar la alarma cuando se quiere anular el debate, la libertad de expresión y de creencia.

Y no es un hecho aislado. Los intentos de asesinato del presidente Donald Trump en Estados Unidos y de Bolsonaro en Brasil, el asalto a un colegio católico y cientos de casos que muchas veces los medios ocultan nos hacen ver una sociedad en decadencia, arruinada moralmente y entregada al más detestable relativismo ético. Quizás mereciera la pena mirar a nuestro alrededor y analizar si de alguna manera todos somos culpables de esta situación: por acción, omisión o indiferencia.