El otro día no tuve mi mejor mañana y seguro que muchos se sienten identificados. Salí para ir a trabajar y tuve que echar gasolina. Mientras se cargaba me di cuenta de que no tenía la cartera. Ni tarjetas ni DNI ni carné de conducir ni nada. Un amigo de la familia tuvo que venir a traerme una tarjeta, porque mis familiares, que no ven bien, no habían encontrado la cartera. Cuando volví a a casa, la encontré y respiré después de dos horas de agonía. Como mi hijo con fiebre se me quedó dormido en brazos una hora y media, decidí no ir a trabajar a Vitoria y ayudar a mis familiares con las compras y llevarles en coche. Pero antes pasaríamos por el chino grande de Gorliz, porque se había roto una rueda de la cuna y las de la tienda me contestaron que podía estar descatalogada o cerrada la fábrica. Cuando cogimos el coche, el líquido del limpiaparabrisas empezó a cristalizar, así que tendríamos que pasar por el taller. Me llamaron las de las obras de Bilbao, que el acuchillador no había ido el día anterior como tenía previsto, habiendo obligado a mi hermana a no estar en la casa, y a ver si podía ir la semana siguiente. Llegamos al polígono de Gorliz donde se encuentra el bazar grande y todos los aparcamientos estaban ocupados, y el único hueco que vi estaba ocupado por una sola moto. Como era para poco tiempo, decidí dejar el coche pegado a la acera, dejando pasar a cualquier coche que quisiera ir al Eroski y a mis familiares dentro con mi hijo. No habían pasado ni dos minutos, ya que el chico no tenía ese tipo de ruedas y solo tuve que coger plástico de burbujas, que mi padrastro me vino diciendo que me iban a poner una multa. Salí asombrada, pero daba igual lo que dijera, porque estaba claro que querían ponerme la multa sí o sí. Por tres motivos: 1) tenía que aprender la compañera novata; 2) tenía que hacerse valer el mayor; 3) tenían que recaudar para la paga de Navidad.