El Papa ha hecho pública su valiente opinión sobre la homosexualidad. Al preguntarle Corriere della Sera, respondió con naturalidad: “¿Y quién soy yo para juzgar a un gay?”. Recientemente ha declarado que “la homosexualidad no es delito, pero sí pecado”. Además, considera injustas las leyes que penalizan la homosexualidad. “Que el distintivo de los creyentes sea el amor. En eso conocerán todos que sois mis discípulos” (Juan 4:19). La cita evangélica resulta inequívoca. Diferente es el derecho canónico que define y puntualiza que el matrimonio tiene que ser entre seres de diferente género y encaminado a la procreación. Es de Santo Tomás de quien recoge el derecho canónico la regulación de la Iglesia para la convivencia humana que se atribuye la facultad de imponer normas, pero que no tienen fundamento en los evangelios que es palabra de Dios para los cristianos. Si dos personas se aman, sean cuales sean sus sexos, es evidente que cumplen con el signo distintivo de discípulos de Jesús. El derecho canónico que implícitamente excluye a homosexuales a formar una familia contradice la esencia del amor del propio evangelio.