Volveremos a sacrificar integración por ampliación? ¿La nueva propuesta de sumar más Estados a la UE responde a intereses atlantistas y por tanto de EE.UU., o a un verdadero propósito de profundizar en el proyecto europeo de los ahora 27 Estados? La duda es, cuando menos, razonable, si recordamos cuál fue el proceso en 2004 cuando la UE amplió sus miembros de 15 a 25 y luego a 28, con Croacia, el último Estado que hasta el momento se ha incorporado y la posterior baja de Reino Unido tras el Brexit.

El Consejo Europeo (integrado por los veintisiete jefes de Estado y/o primeros ministros y ministras de los Estados de la UE) celebrado la semana pasada ha afirmado que la ampliación constituye una inversión geoestratégica en la paz, la seguridad, la estabilidad y la prosperidad, y que es un motor para mejorar las condiciones económicas y sociales de la ciudadanía europea y para reducir las disparidades entre países, y debe fomentar los valores en los que se fundamenta la Unión. Esto hará, afirmaban, que la UE sea más fuerte y potenciará la soberanía europea. ¿Es realmente así?

Cabe recordar ahora cómo el Reino Unido apoyó con entusiasmo en 2004 la ampliación europea de quince a veintisiete Estados, consciente de que de esta forma se diluiría y se dificultaría el avance hacia una verdadera unión política, hacia una Europa Federal. Como en una especie de círculos concéntricos, la gobernanza comunitaria se complicó un poco más. Este proceso consagró la emergencia de una Europa a varias velocidades, y lo que es peor, con varios timoneles al frente. Teníamos una mal dimensionada locomotora para propulsar veintisiete vagones, y ahora abrimos más raíles con diferentes anchos de vía, lo cual hará más compleja la toma de decisiones.

Y ahora, sin tener todavía definido nuestro futuro como proyecto político europeo, el Consejo Europeo decide iniciar las negociaciones de adhesión con Ucrania y la República de Moldavia. Decide además conceder el estatuto de país candidato a Georgia e iniciar las negociaciones de adhesión con Bosnia y Herzegovina, una vez se haya alcanzado el grado necesario de cumplimiento de los criterios de adhesión, y está dispuesto a concluir la fase de apertura de las negociaciones de adhesión con Macedonia del Norte. Respecto a los Balcanes Occidentales, el Consejo reafirma su compromiso con la perspectiva de adhesión a la UE de los Balcanes Occidentales (Albania, Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Montenegro y Serbia).

En realidad, cabe afirmar que a la suma de dos factores determinantes como son el caos geoestratégico mundial y la debilidad institucional del multilateralismo se añade ahora la ausencia de una hoja de ruta clara y coherente desde la Unión Europea. Basta apreciar (y evaluar) tres dimensiones estratégicas especialmente relevantes y su derivada geopolítica, traducida en la muestra de debilidad o fragilidad europea: con anterioridad al conflicto bélico en Ucrania, los Estados europeos habían fiado durante décadas la solución a su secular dependencia energética a una relación bilateral con Rusia; en segundo lugar, la UE había centrado la dimensión comercial exterior básicamente en torno a China y, por último, había confiado la defensa militar a EE.UU., a través del Atlantismo (la OTAN).

La pregunta es obligada: ¿tenemos realmente una estrategia compartida entre los Estados de la UE? ¿Habrá un resurgir de la política industrial europea, al estilo de la que ya están gestando, cada uno en su ámbito global de influencia, EE.UU. por un lado y China por otro?

La Unión Europea debería representar la respuesta de estabilidad política, prosperidad económica, solidaridad y seguridad a las inquietudes y convulsiones que genera el nuevo contexto geopolítico. Y la gran pregunta es si está respondiendo realmente a estas expectativas. La respuesta hasta el momento es que no. La complejidad del proceso de transformación que tiene que abordar Europa, con multitud de agentes y sectores involucrados y con un amplio abanico de herramientas de actuación con impactos muy distintos, otorga a la gobernanza una relevancia estratégica. El marco institucional será clave. Europa no tiene otra alternativa. Hay que europeizar el proceso y profundizar en la integración. O nos integramos más o nos desintegramos.

Para salir de este atolladero necesitamos como prioridad absoluta, antes de cualquier otra ampliación, volver a construir una Constitución para Europa que combine la búsqueda de la integración con el pragmatismo, que se relegitime funcionalmente mejorando la vida y el futuro de los ciudadanos europeos.