Fueron una tarde y noche relativamente largas en las que debí trasegar más vodka-tonics de los que mi cuerpo y mente soportan porque según me acosté me dormí y según me dormí empecé a soñar que viajaba con otros en un autobús en el que también dormía mientras viajaba por una carretera con baches y, a pesar de algún sobresalto, el viaje transcurría con cierta normalidad. Pasado un tiempo me despertaron un gordo de Hungría y una rubia italiana que empezaron a levantarse y a incomodarnos a todos hasta que se apagaron las luces del bus y entramos en un largo túnel. Al salir de la oscuridad el chófer se había vuelto naranja, gesticulaba y nos llevaba dando bandazos. Paró al salir del túnel y se puso a firmar un libro gordo berreando que a partir de entonces quien pasara por allí debería pagar aranceles, que ya estaba bien de que se aprovecharan de él y de los suyos. Gritaba y se mostraba autoritario, amenazando a todo el que se levantara del asiento con aranceles, juicios o expulsiones y obligándonos a renunciar a principios igualitarios bajo amenaza de cárcel en El Salvador. Recordaba a los Mussolini y Hitler autárquicos empeñados en ser el origen de la ideología mundial. Por cómo me desperté, creo que fue en esa parte del sueño cuando debí sudar mucho.
Siguiendo con mis inconscientes sueños nocturnos, menos a D. Abascal, que iba sentado junto al chófer y al que el histrionismo le gustaba, nadie entendía aquella locura y aproveché un momento de desconcierto para huir arriesgándome a recibir algún arancel, hasta poder montarme con urgencia en un autobús europeo, en el cual una choferesa alemana rubia que tenía cara de susto nos explicó que, tal como estaban las cosas, el mejor salvavidas que se le ocurría era que nos compráramos un kit de supervivencia que tuviera mercromina. Al no permitirse el vodka-tonic sentí una sensación de ahogo y atacado de los nervios bajé para montar en un bus que llevaba las señas de España y cuyo chófer era un guaperas que no paraba de dar vueltas a una rotonda. Se le acercaban unos y después otros, pero solo se dedicaban a discutir, a acusarse los unos a los otros de todo tipo de tropelías y nunca terminaban de ponerse de acuerdo hacia dónde dirigirse, salvo la cuadrilla de un tal D. Otegi que le decía a todo que sí al guapo. Hasta que en un momento nos gritó que le habían dicho que hacía falta presupuestos para rearmarse, que por allí había barrancos, asaltadores de caminos y chóferes esquizoides de color naranja. Aunque casi todos hacían como que le entendían, nadie terminaba por ofrecerle ayuda para aquella necesidad, de tal manera que seguimos dando vueltas. Viendo que nos mareábamos y por entretenerme le señalé que podría apuntar el gasto de papel higiénico para las tropas como gasto de defensa y, tras recordar lo leído en algunos medios, le sugerí al guapo y desesperado chófer que podría fichar al fraile que oficia por su cuenta responsos en tanatorios, que en una posible guerra o defensa de un ataque del tipo anaranjado los tanatorios incrementan su trabajo y vienen bien frailes auténticos o ficticios, que siempre sería gasto para añadir al presupuesto.
Tras mi breve explicación sobre la posibilidad de contratar al fraile falsario, los pasajeros del autobús español se pusieron a discutir con fiereza si les parecía bien o excesivamente forzado para un presupuesto de guerra. Aburrido de aquella estúpida discusión me puse a ver la tele del bus y me sorprendió un anuncio sobre la posibilidad de, a un bajo precio, pasar unas vacaciones en un novísimo resort de lujo que habían hecho unas empresas americanas en Gaza tras vaciarlo de gentes indeseables, al que siguió otro spot vendiendo la maravillosa aventura de irse a pasar una semana a la nueva isla americana de Groenlandia a disfrutar de la nieve, las focas y un sinfín de tabernas con hamburguesas y pollo frito.
De repente oí unos fortísimos ruidos como de truenos, miré por la ventanilla y pude ver como caían enormes aranceles que destrozaban coches, casas y personas. Entonces desperté sobresaltado, angustiado y resacoso y me tomé el café matutino. Tras disfrutarlo pensé que, o bajo drásticamente la dosis de trasiego de combinados con vodka o cojo un autobús con ikurriña que, aunque pueda ir más lento seguro que va en alguna dirección, porque, madre mía, qué chóferes hay por ahí fuera!