Como diría un riojano alavés, me he bajado al sur, he venido a Benidorm, lugar que me gusta en esta época. Estaba sentado en una terraza degustando el mar, cuando ama se coloca a mi lado y le pregunto qué hace aquí y contesta que tiene tanto derecho, sino más, a disfrutar esta playa. No tengo respuesta.

Me pregunta cómo me siento aquí en esta época y le digo que, en general bien, salvo momentos en que intento huir de tanta calva, cana y bastón, pues esto parece un gigantesco hogar del jubilado.

Le confieso que a veces me descubro mostrándome con aspecto juvenil y con mi pelazo casi sin canas para que mis copaseantes piensen que todavía soy un chaval, hasta que me doy cuenta de que soy como todos, menos viejo que unos, más que otros, pero uno más. Ama dice que ese relato le recuerda un mensaje en X de mi amigo D. Otero, líder de aquel Bildu que odiaba cualquier aerogenerador en nuestros prístinos y míticos montes. Me explica que el mensaje decía “Buenísima aportación sobre el debate de renovables. Merece tomarse un rato” y adjuntaba el artículo de un persistente defensor del modelo de desarrollo ecosocial. Leo el largo artículo en el que, además de equiparar el “ecofascismo” con actitudes del ecologismo actual, señala, entre otras afirmaciones y casi a modo de conclusión, que “mientras nosotros lo tildamos todo de capitalismo verde y colonialismo energético, capitalistas de verdad como Donald Trump no dudan en cargar contra las energías renovables”. Pregunto a ama en qué consiste la comparación, y con esa tranquilidad que le caracteriza me dice que, lo mismo que los que como yo disfrazamos la vejez desviando las miradas a nuestros chándales horteras, D. Otero, como los demás de Bildu, enmascara su reconvertida fe en los molinos derivando lecturas a ecologistas que no dudan que cualquier aerogenerador es mejor que la energía fósil.

Le explico que lo mío es nostalgia y que lo de Bildu es tiempo perdido, que su tesis ya la defendíamos otros hace tiempo.