Perdón por el ripio del titular pero hay tantas bocas llenas de valores presuntamente deportivos que apostolan contra el derecho ajeno a competir bajo su bandera que es más que obvio que política y deporte van tan intrínsecamente unidos que son ya indisolubles. Y no creo que sea malo, necesariamente. En realidad, es una oportunidad fantástica para medir el tuétano de los valores deportivos y de los políticos. Desde mi humilde opinión, el primero de todos debería ser el fair-play entendido como el libre acceso a participar dentro de las reglas de cada disciplina.

Los argumentos con mayor fortuna entre quienes rechazan que las selecciones vascas compitan a nivel internacional son dos: uno, que no somos Estado y las federaciones internacionales no las admiten; y dos, que nuestros equipos se tienen que ir de las competiciones españolas. Mendacidad o ignorancia, y la vocación de amedrentar y extorsionar de un ultranacionalismo español excluyente y acomplejado, además, por su propia inseguridad: siempre amenazado en su orgullo por el riesgo del éxito ajeno.

Cojamos la madre del cordero –el fútbol–, que es lo que escuece de verdad –no la pelota o la sokatira– y vamos con datos. En la FIFA hay más de 30 asociaciones que no corresponden a Estados. Islas Feroe, región autónoma de Dinamarca, no tuvo federación propia hasta casi un siglo después que la danesa pero desde 1988 está en la FIFA.

Pero además de selección tienen liga propia, rebaten. Sí, como Canadá, Gales, Escocia e Inglaterra; pero eso no impide que seis equipos galeses participen en las ligas inglesas, tres canadienses en la MLS de Estados Unidos y, aunque no lo sepan, un inglés –el Berwick Rangers– en las escocesas. ¿Cómo es posible? Fair-play y libre elección. El intercambio de camisetas entre España y Euskadi, gane quien gane, será deporte. Impedir que compitan entre sí es baja política.