LA celebración del último encuentro del G7 (con todas las ampliaciones invitadas que le suele acompañar atendiendo a cuestiones coyunturales varias) y de la OTAN en Madrid con especial atención a un “nuevo” Documento Estratégico, da pie, entre otras cosas, a poner el acento en el concepto global como paraguas de orientación y compromisos compartibles por diferentes jugadores a lo largo del mundo.

¿Reinventar la globalización?

En este marco, el último número de The Economist lleva a su portada, editorial y debate especial “la reinvención de la globalización” señalando que, en su opinión, el mundo cambia de dirección hacia un modelo que prioriza la seguridad, renunciando a la mayor eficiencia entre flujos (económicos, financieros) que califica de más caros y más peligroso.

Si bien constatar hechos evidentes de una globalización dominante a lo largo de las últimas décadas que han supuesto un incremento en el intercambio de bienes y servicios, una mayor movilidad internacional, un mayor crecimiento económico “global”, no es menos cierto su desigual reparto, la creciente diferenciación entre países y regiones, y una considerable insatisfacción y desafección relevante a lo largo del planeta. La globalización se convirtió, durante años, en un mantra que parecía incuestionable y que orientó toda estrategia socioeconómica, política, de seguridad y defensa, apoderándose del pensamiento único que marcaba políticas tanto de gobiernos, como de organismos internacionales, del mundo académico y conquistó el corazón del libre comercio y organización empresarial. Concentración manufacturera e inversora, reconfiguración de las llamadas cadenas globales de suministro y de valor, relocalización inversora y empresarial, aprovisionamiento y suministros, y una ideología subyacente que llevaba a pueblos, naciones, comunidades, empresas a renunciar a estrategias y propuestas únicas de valor, propias y diferenciadas, a renunciar a su propio camino, a su especial modelo de relacionamiento y colaboración con terceros, a entender, participar y gestionar modelos únicos y completos de competitividad y bienestar, para abrazar el mandato único generalizado. Llevar la contra a este mensaje universal suponía “miopía aldeana”, “proteccionismo anacrónico”, “cortedad de ilusiones y conocimiento del mundo en curso”, secuencia a compartir y aprender con y de los demás y, por supuesto, a una demandada solidaridad.

Quienes apuntábamos a la necesidad de abordar la epidemia de esa globalización incuestionable, poniendo en valor la impronta, diferenciación y voluntad identitaria local, pasábamos a engrasar el campo de la incultura, egoísmo y lejanía, respecto de las apuestas de futuro.

Una contribución más o menos semántica y/o geográfica, puso en boga hablar del fenómeno glocal, considerando una doble vía de aproximación “pensar global y actuar local” o “pensamiento local y aplicación global”. Aproximación insuficiente que se ha venido enriqueciendo con variadas incorporaciones. Ya a finales de los 90, hemos venido aportando el término Glokal, (con el permiso de un uso libre del inglés) para aportar una serie de atributos que habrían de añadirse a un espacio local con capacidad y potencial desarrollo en una ilimitada red de redes, de espacios, plataformas, nodos ya sean de innovación, talento y conocimiento, intercambio comercial, inversión o desarrollo y objetivos compartidos a lo largo el mundo. Base de alianzas estratégicas mundializadas, el efecto, impacto, determinismo y propuesta diferenciada de dicha glokalización, competitiva, próspera e inclusiva, exige la K de conocimiento, coopetencia, competitividad, tecnología, educación, infraestructuras (físicas e inteligentes), espacios críticos, democratización, cohesión, desarrollo comunitario y bien común. Potente y compleja cadena de atributos que posibiliten desde un claro sentido y compromiso de pertenencia, apuestas y aproximación de un futuro diferenciado y deseado conforme a un propósito colectivo.

Hoy, la insatisfacción generalizada a lo largo del mundo, la desigual distribución de la nueva riqueza “global” generada, los accidentes naturales (ejemplo parálisis y obstaculización del Canal de Suez y el alto volumen de navegación y comercio internacional asociable), las crecientes y dispares olas migratorias (pobreza, desigualdad, hambruna, enfermedades, guerras, expectativas de vida, desarraigo, complejidad en inserción e integración, china…), la pandemia covid-19 y sus efectos de aislamiento y ausencia de bienes esenciales locales, ruptura de cadenas de suministro, repunte del valor del “espacio comunitario” esencial para cuidados, atención y prestación de salud y soluciones socio-sanitarias, y, finalmente, la invasión de Ucrania y sus consecuencias entendidas, asumidas y, padecidas, también, por terceros, han llevado a asumir una irrefutable realidad: la globalización asumida no era una panacea universal y debe analizarse con los matices, críticas y soluciones alternativas y/o atenuantes imprescindibles.

Estamos ante un mundo lleno de proclamas “reinventoras”: de la globalización, del capitalismo, de los indicadores y objetivos que han de orientar a las empresas, de la “internacionalización y mundialización”, de los organismos internacionales, de conceptos y estrategias en materia de seguridad y defensa, de la geoestrategia y geopolítica, del uso y control de las tecnologías emergentes, de la social decenaria, de la democracia (cada vez más orgánica, menos activa y de menor calidad) del Estado social de bienestar y su sostenibilidad… ¡¡¡Uf!!! Y de todo un nuevo mundo en movimiento.

De una u otra forma, todos sabemos qué reinvenciones (las más de ellas, disruptivas) resultan imprescindibles. No obstante, parecemos instalados en sociedades con alto grado dispar cara a afrontarlas. ¿Estamos dispuestos a comprometer las transformaciones necesarias? ¿Entendemos y asumimos que no son solamente tareas y responsabilidades de los demás sino, también y en primera persona, de nosotros mismos?

Nadie tiene una receta mágica. A la vez, todas estas áreas de transformación están interrelacionadas y todas ellas han de abordarse en profundidad y a la vez. Exigen, por supuesto, gradualidad en sus voluntades y objetivos parciales y finales.

Para bien o para mal, estamos ante un proceso múltiple y de alta complejidad. Si bien, partimos de una evidencia objetiva: no asumir la necesaria búsqueda de alternativas y mantenernos en el mismo espacio de confort o el agujero del abandono, según el caso de cada uno, no posibilitaría, a nadie, un bien común y mundo mejor.

Procesos graduales pero firmes para una transformación desde la realidad, desde las fortalezas y pilares construidos desde las grandes oportunidades esperables, desde avances progresivos inclusivos, desde el desconocimiento, valoración de las autoridades dirigentes con respaldo democrático, desde la participación honesta y comprometida de todos los implicados…

Si llevamos ya años observando el inevitable parón de la creciente globalización que impulsó el crecimiento y desarrollo económico de hace ya varias décadas, si somos conscientes de “la perversidad que muchas decisiones y políticas positivas que lo acompañaron en su momento implican hoy”, no podemos obviar intervenir y actuar sobre ello. No son tiempos para encerrarnos en nuestros “pequeños espacios seguros”, sino de buscar la máxima interacción posible con terceros a lo largo del mundo, desde nuestro propio coprotagonismo, capacidad de decisión, en nuevos marcos y reglas del juego.

¡Sí! La reinvención de la globalización y de tantas otras líneas en curso, resulta imprescindible.

Efectivamente, es tiempo para reinventar o revisar la globalización. l