N el Athletic se considera que es una tradición que sus jugadores/as sean vascos. Ello, con los matices que su página web nos delinea en un laberinto sin fin, del que solo se excluye el tener una tía de Teruel, enfermera en Cruces.

Esta supuesta tradición no obedece a un hecho fundacional, no fue algo que se hizo tradición por un empeño inicial. Desde los primeros años y, dadas las relaciones comerciales con el Reino Unido, varios jóvenes británicos jugaron en el Athletic en la primera década. Después, y teniendo en cuenta la gran cantidad de chicos que iban triunfando en el fútbol, el Athletic no necesitaba en absoluto fichar a jugadores de otras latitudes, se bastaba con vasco-navarros. Todavía se puede recordar a una gran buena cantidad de jugadores que, en los años cuarenta, ganaron dos ligas y alguna copa con el Valencia. Y ello, desde el portero donostiarra Ignacio Eizaguirre hasta el extremo izquierdo, el santurzano Gorostiza, con origen en el Athletic. Otros nueve jugadores vascos más jugaron en el Valencia de aquellos años, casi todos internacionales. Seis o siete ganaron con el Betis la Liga de 1934-1935. Los vascos del Betis eran el portero Urquiaga y los defensas Areso y Aedo, que formaron parte de la selección de Euskadi en la gira por Europa y América y otros tres más como Unamuno, Lecue y Larrinoa. También fue campeón ese año con el Betis un vallisoletano, Saro, formado en el Arenas de Getxo. El jugar con los chicos de aquí se hizo una costumbre, era lo normal.

Nuestra tradición es conclusiva: no necesitábamos a gente foránea. La costumbre se hizo tradición. Tras la Guerra, hubo discusiones sobre jugadores del Indautxu, de lo que hablo en el libro Mi Athletic... y el Fútbol. Pereda o Jones no ficharon por el Athletic por otros motivos, la causa no fue su falta de “vasquidad”, ni mucho menos. Más peregrinas son ciertas razones que se dieron para que Gárate no jugara en el Athletic. Las desavenencias entre el Athletic y el Indautxu fueron otras de las causas. Entre ellas, que Jaime Olaso, presidente del Indautxu, era mucho Jaime Olaso.

Y, aquí nos planteamos el hecho de la tradición. Toda tradición necesita ser recreada desde su esencia, en cada momento y lugar. Muchas tradiciones han anquilosado futuros prometedores. Otras han sido fuente de actualización y revitalización. Una institución o una sociedad sanas, necesitan a la vez de arraigo y de innovación. Echar raíces quizá sea la necesidad más importante e ignorada del alma humana. El ser humano tiene una raíz en virtud de su participación real, activa y natural en una colectividad que conserva vivos su patrimonio y sus presentimientos del futuro. Por eso la postura correcta es discernir cuidadosamente los cambios que se producen en la sociedad a partir de nuestras propias raíces. Estoy hablando de individuos que estudian con serenidad el pasado, observan el presente con simpatía y espíritu crítico y analizan en fondo y forma las exigencias del futuro.

La verdad no es tanto lo traído al presente a partir del pasado, cuanto la anticipación del futuro al que estamos convocados. La esencia del Athletic y la fidelidad a la tradición es incompatible con el anquilosamiento arqueológico, todavía tan al uso en amplios espacios de nuestra afición. Creo que ha llegado la hora de dejar para la historia conceptos que, anclándose en una pre-comprensión arqueológica, descuida ese futuro al que no podemos renunciar y, por ello, no atiende debidamente a los fundamental que es la actualización de nuestro patrimonio en el tiempo presente. l