La mayoría de las películas que exponían eran del oeste americano pero, cualquiera que pusieran, el día previo el párroco las visionaba y nos cortaba todas las escenas que tuvieran algo que ver con la sensualidad, escamoteándonos las escenas cariñosas. Ya no las tórridas, que ni las había, sino simplemente las de tímidos roces de labios, y a pesar de los gritos de protesta, aquello se cumplía cada domingo.

Lo ocurrido en esa escuela de niños tejanos me ha hecho recordar que, lo mismo que en aquel cine nos recortaban los besos o el amor y nos dejaban la violencia y los miles de tiros que escupía la película, pienso que hoy funciona demasiado párroco por el mundo de la comunicación interesado en resaltarnos las violencias que rondan el mundo, que las hay, dejando en segundo plano todo lo que seguro ocurre con el cariño, el altruismo o el amor. Y el personal encantado.

Esta manera de ver las cosas en el mundo ha llegado también a la oposición parlamentaria, la cual rechaza todo lo que se haga y, sin dejar hueco a acuerdos o alternativas, tiene sus párrocos dedicados a ocultar lo bueno de las decisiones y disparar a dar como si el gobierno fueran los sioux, el enemigo. En fin, mientras a mí me queda ese grupo de Eibar en el que, a pesar de discusiones y debates, siempre dejamos hueco a la amistad y el afecto, el resto del mundo, oposición incluida, se va contagiando de la parcialidad de aquel párroco que dibujaba el mundo quitando besos y dejando tiros.