ENGO programado que el buscador me avise de cosas que tienen alguna relación con los astros, así que me enteré pronto de la existencia del astroturfing. Que, ya ven, no tiene nada que ver con el cielo porque está inspirado en la marca homónima de un producto de cierto éxito en los EE.UU.: un césped artificial que la gente compra para hacerse la ilusión de que tiene la casa en medio de un campo de golf.

El término está de moda en el mercadeo de la política y las redes, donde a veces se presentan anuncios o noticias que parecen surgir espontáneamente (como si fuera hierba natural en un prado) pero que realmente están confeccionados para ese fin por una serie de personas o empresas organizadas.

El engaño estriba en no avisar que nunca fue césped legítimo, pero una vez comienza la transmisión acelerada por la ingeniería social, mucha gente acabará creyendo que ese es el sentir de la ciudadanía, que hay en el fondo algo importante, una queja, y rápidamente el vendedor político detrás del montaje saldrá a rebañar atención y votos con ello.

Vivimos ya en un monocultivo del césped artificial: gran parte de las noticias políticas son mensajes construidos por las cuentas afines de los partidos, a menudo directamente contratadas a empresas de astroturfing que ponen en marcha sus mecanismos para ir colando las cosas.

Da mucho asco porque tiene éxito y funciona. Vean la mierda que llevan lanzando los de * o * (rellenen, que es fácil, los asteriscos): su plástico discurso de odio al final se convierte en la noticia del día. Pero ese césped de pega con el tiempo pierde color y sigue tan plástico como cuando llenaba titulares.

No les hagan caso: cuando se vea que es artificial, olvídenlos. Es la única estrategia; si no se les hace caso acabarán pasando de poner más tapizado verde ful.