Dani García, eterno oficial de obra
S una pieza habitual en los equipos de fútbol: el eterno oficial de obra que trabaja a destajo y siempre -o casi...- está en su puesto de trabajo, presto a dar el callo y a entregarse en una labor sorda, rigurosa y constante, que rara vez le dará el laurel de los elegidos pero que en menos ocasiones aún le llevará al montón de los descartes de una mesa de poker. Dani García, que debiera jugar al fútbol con buzo de faena, acaba de firmar su continuidad en el Athletic para alegría de Marcelino García Toral("aporta muchas cosas cada día: ambición, concentración, esfuerzo y equilibrio", ha dicho de él el técnico astur...), la primera tras el morrocotudo disgusto de Mallorca, cuando el entrenador rojiblanco zanjó la debacle con unas palabras aceradas, pronunciadas al filo de la navaja. En ese partido también jugó Dani. No en vano, ha jugado siempre que ha podido. Lo suyo es la argamasa, el juego de derribo y construcción.
A hombres así los han llamado futbolistas obreros con un deje de desprecio, como si sus acciones no tuviesen el vuelo y la justa simetría de los arquitectos, la profundidad del filósofo que todo lo ve o la puntería del francotirador que allá donde pone el ojo pone la... Les han relegado en el corazón de una afición que muchas veces busca sobre el césped a un héroe y no a alguien que se le parezca tanto en el andamio, en la oficina o al volante. Y, sin embargo, a los estrategas (entrenadores) de este deporte siempre les cabe uno (cuando no media docena o más) en la alineación. "Son necesarios", pregonan, como si tuviesen que excusarse.
Son necesarios, sí. Y no pocas veces, poco menos que imprescindibles. Dani García ha jugado siempre que ha estado disponible esta temporada. Marcelino no ha encontrado ni un solo pero para prescindir de sus servicios. Se forjó en las duras tierras futbolísticas de Eibar y allí aprendió a apretar los dientes, fuesen cuales fuesen las circunstancias del juego, del partido. Sabe ser ladrón cuando se requiere el robo, guardaespaldas cuando hay que lanzarse a degüello y guardián cuando tocan a retreta a la hora de defender un resultado corto. En esas distancias se desenvuelve bien. Muy bien, diría. Uno sospecha que no está en la imaginación ni en los pósteres de la afición, no tiene encanto. Pero sí debiera estar en el cuaderno de ejemplos para el día a día.