I tembló el suelo ni se abrieron los cielos. El Reino Unido cortó el cordón umbilical con la UE. Quizá el sentimiento británico nunca fue realmente europeísta. O tal vez simplemente hacía falta la arrogancia de despreciar un ideal cívico de valores constantes de cooperación multinacional y multicultural. No siempre fue así. Winston Churchill abrazó el ideal europeo que otros habían definido antes. Él lo hizo desde una perspectiva pragmática de posguerra, en su discurso en la Universidad de Zúrich en 1946, cuando abogó por un futuro mejor con un proyecto compartido. "Consiste en volver a crear la familia europea, o al menos la parte de ella que podamos, y dotarla de una estructura bajo la cual pueda vivir en paz, seguridad y libertad. Debemos construir una especie de Estados Unidos de Europa". La deriva de un cierto pensamiento político disgregador ha arraigado en diversos países europeos. No se engañen: no es el nacionalismo su común denominador. Es la negación de un espacio común de derechos compartidos y equivalentes del Estado social. También intramuros de la nación. Ante ellos, separados somos más débiles. Más fáciles de someter a un modelo de sociedad caníbal en la que medra un nuevo individualismo que se disfraza de libertad y derechos privativos. Eso es lo que realmente está en juego y el Brexit solo es una pieza del dominó.