Si una pandemia como la que estamos viviendo no ha sido capaz de suscitar no ya acuerdos de Estado, sino un clima social de solidaridad, empatía, responsabilidad y empeño en encontrar soluciones, con una peste negra es probable que hubiésemos pasado al crimen generalizado, al degüello de todos contra todos, como ahora, pero navaja en mano. Este estado de cosas puede asombrar, vaso en mano, para la charleta, pero no inquieta. Se da por hecho que las cosas son así, que antes que los enfermos y los amenazados está la guerra de trincheras, la contra información, las mentiras, el azuce, el arrebatarse seguidores, el intentar socavar y tumbar al Gobierno como sea y hacerse con el poder para imponer una España siniestra. Es viejo, tanto que se ha hecho rutina y de esta manera, algo normal, como lo es que la marquesa diga que su mayor logro político ha sido insultar al vicepresidente de Gobierno llamándole hijo de terrorista. Y lo dice con el apoyo expreso, intelectual y económico, de los paladines de la libertad española, los auténticos, el cogollo de los que dictan las normas de convivencia o poco menos ¿Asombroso? Quiá. Los insultos suben semana a semana de tono y se hacen la norma de la vida parlamentaria y social. Las redes sociales los repican como si de retransmitir las acometidas de una gallera se tratara. Lo que asombra es que todavía haya país que funciona y no se haya colapsado por contagio.

Tenemos ley Mordaza para rato, su existencia beneficia al sistema, más que a un gobierno en concreto que amaga estar en contra, pero nada hace para derogarla. De no mediar un cambio radical, el futuro es autoritario, con esa ley o otras de parecido alcance represivo. Ay, El Orden, menuda mandanga.

El informe anual del Defensor del Pueblo incluye datos inquietantes sobre los expedientes abiertos a la sombra negra de esa ley represiva. Por ejemplo, el informe señala que en 2019, Interior sancionó a más de 16.000 personas por "faltas de respeto" a la Policía. Son muchas faltas de respeto. Invitan a pensar que más que respetar esa institución y a sus miembros, intocables, se les teme, que no es lo mismo, y que la arbitrariedad del autoritarismo se imponen. Normal, todo es normal o así se vive.

Tanta falta de respeto indica un desacuerdo social profundo, un descontento imparable salvo por la fuerza, que van a más. Eso sí, al ciudadano se le falta al respeto por sistema, con uniforme o sin él, con el poder pequeño de la burocracia o sin él. Y el ciudadano agacha la cabeza o se arriesga a engrosar la cifra de faltas de respeto, o en el peor de los casos aplaude, aunque reciba palo, que también pasa.

Y pase lo que pase, todo es ETA. Lo es señalar que otros gobiernos de derechas acercaron más presos que Sánchez, y también recordar que políticos que ahora acusan al Gobierno de connivencia con una ETA fantasmal, pedían no hace tanto el acercamiento de presos o, con desfachatez mendaz, declaraban que sin violencia todo era posible€ mentira, lo comprobamos a diario. Si no hay violencia, se inventa, si no hay terrorismo, se declara y persigue, como se hizo en Alsasua. Bildu no tiene derecho a estar en las instituciones ni sus diputados a hacer valer el cuarto de millón de votos que representan porque los presupuestos son ETA. ETA es apuntar con aburrimiento las trapisondas financieras del rey emérito y lo es defender la reciente ley Celáa convertida en trinchera y en manantial inagotable de bulos y patrañas que encienden un público deseoso de que los incendios no cesen ni se apaguen. ETA es pedir que se intervenga el expolio del pazo franquista de Meirás de una vez y lo es reclamar un efectivo rescate humanitario de los refugiados que llegan a cientos a Canarias, por no hablar de las efectivas responsabilidades del Gobierno en el Sahara, o del reclamar sanidad y educación públicas o de sostener que nuestra administración de justicia es política€ ETA. Es un argumento indiscutible que da peso a las soflamas patrióticas de la derecha, por mucho que sea una cortina de humo. Cualquier disidencia es ETA, de modo que la tenemos para rato en las arengas parlamentarias de este país que, en lugar de pensar, embiste€ decía Machado, poeta, de otro tiempo. Toda la cordura parece ser cosa de otro tiempo.