LOS fascistas del futuro no van a tener aquel estereotipo de Hitler o de Mussolini. No van a tener aquel gesto de duro militar. Van a ser hombres hablando de todo aquello que la mayoría quiere oír. Sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética. En esa hora va a surgir el nuevo demonio, y tan pocos van a percibir que la historia se está repitiendo”. Este texto, que escribió José Saramago, nos advierte que no es necesario ver desfiles de camisas azules o pardas, o de requetés, para definir la naturaleza de nuevos fascismos como el que representa la dirigencia de Vox (voz). Lo que no quiere decir que la masa de electores que le han votado, más de tres millones en las últimas elecciones, sea de naturaleza fascista.

Creo que su éxito no es tanto el resultado de la extensión de una doctrina supremacista articulada, ni siquiera del nacional-catolicismo, sino de haber sabido conectar con un amplio malestar social al que Vox le ha ofrecido una solución autoritaria de claros signos fascistas. Que tanta gente haya votado a Vox, muy significativamente en poblaciones deprimidas, es la nefasta obra de un neoliberalismo que erosiona la cohesión social y abandona a su suerte a millones de personas, así como también del fracaso de la política que siembra y extiende la desesperanza.

A ese malestar habría que sumar a un sector de sus votantes que antes lo hacían al PP, y que siguen anclados aún en el pasado franquista. Pero, en todo caso, cuando hablamos de Vox fascista hay que precisar que se trata principalmente de sus dirigentes, que están sabiendo pescar en las bajas pasiones y en la debilidad democrática de una sociedad golpeada por las elites. Tal vez sus votantes mayoritarios no sean del todo conscientes de que Santiago Abascal y su gente se proponen suprimir libertades fundamentales. Quiero pensar que muchos no han descubierto que su posición violenta frente los migrantes incluye dejarles morir en el Mediterráneo. Y que su lema “primero nosotros” es contrario a la tradición migrante de regiones de la península. Y que en general sus principios y fines son netamente neofranquistas. La otra gran bandera de este fascismo local del siglo XXI es la madre de todas las batallas: todo contra el feminismo. Aboga por la recuperación de todo el poder para el patriarcado y con él la cosificación de las mujeres como propiedad de los hombres. Es de nuevo la barbarie.

¿Pero es también un partido franquista? Su franquismo es parte del cemento ideológico que otorga a Vox un pasado y que pretende un futuro no democrático. No es un partido nuevo, viene de lejos. En una España tan pobre y vulnerable en lo referente a la conciencia y cultura democrática, es hasta normal que el discurso de Vox cale en una parte de la ciudadanía. Todo lo cual no habla precisamente bien de la transición que dejó en pie los pilares del viejo régimen. Justamente por ello siempre he creído que la derechona española y españolista estaba esperando el momento de su venganza. Una venganza perfecta, ya que las ideas y propuestas políticas que retornan, ahora obtienen cierto éxito por la vía de las urnas. Ya no hace falta un nuevo Tejero. La crisis sistémica de un modelo económico que fabrica pobres, fabrica también deseos de revancha. Políticos, jueces, medios de comunicación, la conferencia episcopal, plataformas empresariales y otros actores conforman un “ejército de salvación” que combate para el regreso al pasado, al viejo orden y a la España oscura de sable, sotana y toros.

Vox es hoy un referente del Partido Popular. Lo es más que nunca tras la caída de Ciudadanos, porque en la alianza de ambos partidos descansa la posibilidad de recuperar el gobierno. ¿Es realmente posible que el PP busque una alianza con este fascismo renovado? Lo es. A la derecha española le vuelve loca el poder y todo vale y valdrá para conseguirlo. El PP vive una borrachera al beber de las fuentes de la ultraderecha. Al final, ambos partidos no son muy diferentes, por más que Casado y su equipo se empeñen en ocupar un centro que es para mí cada vez más como algo esotérico. Hay tantos centros adaptados a la conveniencia de unos y de otros que como concepto es un significante vacío. Lo que sí es cierto es que al PP, derrotado Ciudadanos, le interesa seguir blanqueando a Abascal y su camarilla a fin de que en el futuro la alianza de las dos derechas sea percibida como algo normal.

¿En qué fascismo se coloca Vox? No en el fascismo puro que es laico. Sí en un fascismo nacional-católico que se empareja muy bien con Hermanos de Italia, la ultraderecha que lidera Giorgia Meloni, una mujer ultracatólica cercana al cardenal Robert Sarah, opositor radical del papa Francisco en política migratoria. Un ejemplo de quién es ella: mientras Matteo Salvini habla de cerrar puertos a los barcos de rescate de las ONG, Meloni afirma que deben hundirse. Vox y Hermanos de Italia son una versión fascista de un movimiento europeo de fascismos matizados por países, pero que en conjunto son los mensajero de mal.

Cuidado, nada de bromas, nada de mirar para otro lado, nada de restar importancia a sus amenazas de ilegalización de partidos, de supresión de las autonomías, de una nueva ley electoral que impida a los nacionalistas su presencia en el Congreso y el Senado, de suprimir derechos de las mujeres y la ley de violencia de género. Vox puede ser visto como un esperpento de charanga y pandereta, pero eso sería jugar con fuego. Al contrario, como dicen voces políticas vascas, al fascismo no le podemos ceder ni un milímetro. La batalla a Vox debe ser permanente y todo intento de blanqueo debe ser denunciado.

Mensajeros del mal. Lo son. Copan ya un notable porcentaje de asientos parlamentarios en Europa y cuentan con un aliado especial: Donald Trump. A todos ellos les une el rechazo de la democracia, la exaltación de simbologías paramilitares, la veneración de las armas, la xenofobia, la misoginia, la persecución de los y las LGTB, la utilización de narrativas basadas en la manipulación de datos, en la mentira, en la extensión del miedo, en el anticomunismo visceral, en el antiliberalismo. Ahora bien mientras algunos fascismos europeos toman posiciones calculadamente ambiguas en asuntos de carácter moral o en derechos civiles, Vox y Hermanos de Italia actúan sin complejos y de manera abierta defienden posiciones más radicales que Marine Le Pen y Matteo Salvini.* Analista