ELLOS o nosotros” parece ser el eslogan electoral escogido por una derecha cada vez más rancia y recalcitrante, aunque hay izquierdas que aún caminan acomplejadas por ese mismo territorio. Titulares de trazo grueso frente a la opción de enfrentar mediante el diálogo realidades políticas que requieren respuestas democráticas. Ese enunciado no tiene otro ánimo que provocar conflictos allí donde la sociedad había desterrado esa visión pacata de la política, porque frente a la doctrina que afirma que en política se puede y se debe hablar “de todo”, porque todo debe ser posible en democracia, se excluye cualquier debate que cuestione determinada acepción de la idea de “unidad” de España, hasta proscribir a quien sostenga el derecho a decidir de las “nacionalidades” o “pueblos” que la integran, de momento. De Euskadi o Catalunya.

Porque su traducción es la amenaza y la exclusión. “Ellos o nosotros” es la expresión más rancia hasta hoy conocida de ese nacionalismo que dejó víctimas y victimarios, y que aún hoy justifica una dictadura. Y no se confundan; hoy los destinatarios seremos quienes nunca nos hemos sentido españoles y pretendemos transformar mediante la palabra esa realidad predemocrática, pero mañana los “otros” pueden ser quienes hoy callan e incluso aplauden el uso de mecanismos de fuerza para otros “otros”. Porque nadie discrepante de esa visión uniforme de España ha percibido tanto la más extremista expresión de una política “nacionalista” excluyente, que paseando tras el 1-O por las calles inundadas de banderas y soflamas de Madrid, Marbella o Santander (por precisar algunas ciudades); ni sentido más temor que ante la confusión de poderes convergente de forma harto sospechosa para criminalizar al discrepante de otra fórmula de Estado distinta de la “unidad de destino en lo universal”, enunciada por un dictador de demasiado largo alcance ideológico. El debate nunca tuvo como objeto la primacía de la ley como fórmula de encuentro y convivencia en un Estado, no de derecho, sino democrático; el debate ha pretendido siempre congelar una opción de organización política que ni siquiera está cerrada en la Constitución, más allá de las diferentes y posibles interpretaciones de sus términos; ha buscado incluso evitar la posibilidad de integrar, en el debate y en la solución, a quienes reclaman el reconocimiento de su país como sujeto político -que no por casualidad es siempre vasco o catalán- frente a quienes siempre terminan utilizando el argumento de la fuerza.

Por eso resulta inquietante semejante eslogan, más aún escucharlo de un partido que pretende gobernar un país y del líder que lo encabeza. Porque la cuestión no es si en derecho político o en el contexto normativo actual pudiera ser viable dicha posibilidad (yo les preguntaría si piensan que España es independiente, pero dejemos ese debate de momento), sino la insensatez de su épica que, lejos de un planteamiento simplemente jacobino, incurre en el exceso ultranacionalista más excluyente y antidemocrático.

Hay quien ha formulado la dicotomía política con colores de bandera, en rojigualda. Mal comienzo, pero peor augurio.

* Candidato al Congreso por EAJ/PNV