EL BBVA ha sido imputado en la Audiencia Nacional por presuntos delitos de cohecho, descubrimiento y revelación de secretos y corrupción en los negocios. Con estas actuaciones algunos dirigentes del BBVA pretendían obtener datos y hacer un seguimiento de personas contratando los servicios ilegales del excomisario Villarejo actualmente en prisión y pendiente de juicio.

En la presentación de los resultados del primer semestre, el consejero delegado del BBVA ha reconocido, como no podía ser menos, que esta imputación ha “afectado a la reputación del grupo” pero, a continuación, para que nadie se preocupe, ha comentado que el negocio del banco “no ha sufrido ningún impacto directo”. Es decir: nadie ha ido corriendo a la ventanilla del BBVA para sacar su dinero y evitar así, ser cómplice de este supuesto sucio negocio.

Algunos se extrañarán de que a casi nadie le importe si el banco actúa o no de acuerdo con las normas de conducta y la ética que se supone deben regir el buen gobierno de una entidad tan importante, en el que tantas personas tienen depositados su dinero y su confianza. Pero yo no creo que haya que buscar muchas explicaciones a este comportamiento de los accionistas y clientes del BBVA que se muestran indiferentes ante los medios que utiliza su banco para rentabilizar su negocio, porque la mayoría de los que depositan sus ahorros en un banco y no en otro, no lo hacen en función del destino social de sus inversiones sino en razón de los intereses y dividendos que esperan conseguir.

Esa es la razón de ser de las entidades bancarias y por eso nadie les pedirá cuentas ni les retirará sus depósitos si el banco ha sido responsable de desahuciar de sus viviendas a familias sin recursos, como tampoco dejamos de comprar productos baratos porque han sido elaborados en países donde a los trabajadores se les niegan sus derechos laborales y se les remunera con sueldos de miseria. Por desgracia, lo que nos importa a la mayoría de los ciudadanos es el beneficio que nos reporta el dinero que ingresamos o el dinero que gastamos. El buen gobierno de un banco se mide por su rentabilidad.

Esta es la cultura que se ha impuesto y que no solo sostiene las actividades económicas, sino que se ha extendido, como una densa niebla contaminante, a todas las demás actividades sociales, familiares y aún religiosas. Se trata de poner mi “yo”, en el centro de todas las relaciones, dejando a los demás al servicio de mi satisfacción económica, afectiva o social. El Papa Francisco le llama a esto la “cultura del descarte” en la que se da culto al dinero descartando lo que no sirve, lo que no rinde, lo que no interesa, y con esa mentalidad se expolia la tierra y se margina a los seres humanos negándoles su dignidad.

La situación es muy difícil de revertir porque el capitalismo lo ha hecho muy bien y para aumentar la producción, la venta y, por supuesto, el beneficio, nos ha hecho adictos al consumo. Esa es la nueva religión que une a todos los seres humanos por encima de edades, sexo, raza y nación. “Puede que no nos guste el capitalismo pero no podemos vivir sin él”, ha escrito Yuval Noah Harari, en Sapiens, un libro que ha tenido amplia difusión.

Y sin embargo, se van realizando experiencias económicas y sociales alternativas a este “sistema que mata” como lo denuncia este Papa con frecuencia. Y con ese fin el Papa Francisco invita a todos los economistas, emprendedores y emprendedoras del mundo a participar en el evento que tendrá lugar en Asís entre los días 26 y 28 de marzo de 2020; un evento que permitirá “conocer a quienes hoy se están formando y están empezando a estudiar y practicar una economía diferente, una que da vida y no mata, incluye y no excluye, humaniza y no deshumaniza, cuida la creación y no la despoja”. Es una iniciativa que puede despertar la esperanza, sobre todo, de los descartados por este sistema y de los que no sabemos cómo escapar de esta trampa del consumo y del beneficio que nos hace insolidarios y nos deja permanentemente insatisfechos. No es verdad que estemos al final de la historia; acaba de empezar. No es verdad que no hay otro sistema mejor; la economía puede organizarse de otra manera y nosotros podemos anticipar el cambio precisamente con el consumo, el arma que el capitalismo ha utilizado para promoverlo y difundirlo. Un consumo responsable y sostenible que busque el bienestar de todos mediante una vida sobria y solidaria en comunión con esta madre tierra. Se trata, en esta nueva cultura, de tener menos para que todos tengan lo necesario para vivir. Será difícil pero no imposible.