AHORA que nos sumergimos en nuevas elecciones, no está de más preguntarse sobre el destino del voto católico en las urnas, teniendo en cuenta que en las elecciones municipales influye mucho el voto a las personas, pero en las europeas hay un movimiento fuerte en torno a una parte de la extrema derecha que, en algunas de sus manifestaciones públicas, hace referencia a la recuperación de los valores cristianos.

Se tiene una imagen de que el voto católico anida más en la derecha, sin embargo las cosas no son tan simples. Según una encuesta realizada hace pocas semanas por NC Report para el semanario Vida Nueva, en el Estado español el voto católico destinado al PSOE es de un 30,5%, un 30,3% al PP, el 17,6% a Ciudadanos, un 5,6% a Unidas Podemos, y Vox no llega a reunir uno de cada diez votos católicos. Por supuesto que toda encuesta es discutible y puede haber interpretaciones diversas, pero no hay duda de que se trata de datos significativos: ningún grupo político puede representar al catolicismo, ni en nuestro entorno ni en Europa.

Y como a veces se destacan intervenciones de prelados católicos que apuntan solamente en una dirección, puede ser interesante tener en cuenta otro punto de vista, como es el de Javier Martínez, arzobispo de Granada, en una pastoral destinada a las anteriores elecciones y titulada Trágica confusión en el pueblo cristiano que sigue siendo vigente.

El arzobispo parte de la base y del supuesto de la buena voluntad de las personas que votan y manifiesta su preocupación por el hecho de que en algunos ambientes católicos se habla de votar a una opción política que es más cercana a la “visión cristiana del mundo”. Añade que tal afirmación significa una fe confundida que no sabe lo que es el cristianismo y que no se puede identificar con una ideología. Considera que en nuestro entorno hay una parálisis del pensamiento cristiano en el ámbito interno de la fe y en el resto de ámbitos que tienen que ver con lo humano. Añade, además, que es libre votar a “una cierta derecha”, porque la libertad es un valor de la tradición moral cristiana, pero hay que ser conscientes de que ese enfoque dudosamente cristiano de lo que es el cristianismo, alimenta posturas anticristianas de “una cierta izquierda”.

Entiende la perplejidad de quienes se indignan por la falta de solución de problemas desde la política y la actitud de desconfianza ante determinadas políticas, pero la realidad es que desde las urnas se configura la sociedad que se desea. No pide a la clase política que apoye una visión cristiana del mundo, observa que hay un cierto tipo de política que busca el voto del pueblo cristiano, pero apela a profundizar en lo que es el cristianismo y a vivirlo incuso “a la intemperie” sin “falsos apoyos”, con aire que purifique una fe no vivida. Pone como ejemplo la fe del cristianismo inicial y su crecimiento a pesar de las persecuciones imperiales. No apela precisamente a la abstención, que es dar el voto a la corriente mayoritaria, y reivindica la necesidad de intervenir en política, aun cuando hay voces que afirman la separación de religión y política. Sugiere que ese modelo de religión liberal que ha recibido justas críticas en los dos últimos siglos, no es el cristianismo, pues el cristianismo sostiene el valor de toda persona humana con todo lo bueno y lo bello que afecta también a la economía y a la vida social. Así, cuando se habla de una “visión cristiana del mundo”, incluso cuando se habla de cultura cristiana y de raíces cristianas, puede tener en cuenta solo algunas apariencias, dejando a un lado las fuentes evangélicas. Porque si “esa cultura de la familia y de la vida que ahora se propone como si fuera la piedra angular del cristianismo se compagina con una defensa del capitalismo global y de la cultura del máximo beneficio, o se contrapone a la caridad social y política para con los barrios marginales de nuestras ciudades o con los emigrantes, alguna alarma roja debería encenderse en nuestra conciencia”. Y, además, como coda final de la pastoral, indica que si no se enciende esa luz roja es que se ha perdido la fe, como sucedió en Francia cuando a comienzos del siglo pasado, L’Action Française quería restaurar la cultura cristiana, pero sin Cristo, y muchas personas católicas lo apoyaron; pero en 1926 el Vaticano se pronunció en contra de votar a tal partido. El hecho es que muchas personas católicas no hicieron caso a ese posicionamiento y la mayoría de quienes votaron a tal partido terminaron “echándose en brazos de Hitler y de Mussolini”.

No es banal la observación, que se dirige, en principio, a un extremo de la derecha, al citar expresamente a significativos dictadores, aunque queda alguno más por referenciar incluso en sentido autocrítico eclesial; pero esa prioridad que manifiesta respecto a los barrios populares o la inmigración, cuestionando la cultura del máximo beneficio e indicando que determinada cultura de la familia y de la vida no es la piedra angular del cristianismo, pues el cristianismo no debe ser tan compatible con un capitalismo global y la cultura del máximo beneficio, también afecta como reflexión a algunos sectores que se denominan socialdemócratas, o que exhiben sus diferentes criterios sobre la cultura de la familia y de la vida como si también fuesen la piedra angular de la socialdemocracia.