Los resultados de las elecciones en Estados Unidos ponen en entredicho la imagen que los medios informativos norteamericanos han dado de su país, así como los planteamientos socioeconómicos que el mundo occidental ha ido impulsando en los últimos años

Es todavía pronto para saber si el tsunami conservador norteamericano arrollará tan solo dos o los tres centros del poder político (es decir, la Casa Blanca y el Senado, ya en manos republicanas, o si se añadirá también la Cámara de Representantes). Tan solo se confirmó de inmediato la elección presidencial y una mayoría republicana creciente en el Senado, que ha cambiado de signo.

Es todavía pronto para saber si la Cámara de Representantes mantendrá su mayoría republicana, cosa que parece probable, pero es evidente el realineamiento político del país, que ha dado un giro total en las identidades políticas.

La capital norteamericana, la ciudad de Washington que favoreció a Kamala Harris sobre Trump con un 92,5% de los votos, está prácticamente de luto y reagrupando sus élites del Partido Demócrata para resistir la ola conservadora que, temen, destruirá sus estructuras y acabará con sus privilegios.

Se ha hecho evidente que el Partido Demócrata, tradicionalmente representante de la clase trabajadora, es hoy el centro de las élites intelectuales que desprecian a los obrericos sin doctorados ni títulos universitarios, a esa gente que reza, ahorran y trata de defender sus modestas propiedades adquiridas con su trabajo.

Esta masa que votó por Trump se siente expulsada de su hogar político tradicional y está emigrando en masa hacia los republicanos, que otrora eran el partido de élites sociales y económicas. Hoy en día está dominado por un millonario brutote y populista, un tal Donald Trump, que aprendió el lenguaje de los andamios en que su padre construía casas y que hoy se beneficia de la desconexión entre las clases populares y sus representantes políticos tradicionales.

La victoria de Trump no marca solamente un hito personal, sino que refleja la rebelión de la gente de a pie, que costará entender –y más aún digerir– en otras latitudes donde vemos a los norteamericanos como una manada inculta, con una inexplicable capacidad de avanzar económicamente y extender su “cultura” –o más bien incultura– por el resto del mundo.

En su discurso de victoria, Trump habló de reconciliación y magnanimidad, que están por definir y serán difíciles cuando llegue el momento de saldar las cuentas pendientes para los encarcelados por las protestas postelectorales en favor del magnate republicano, en enero de 2020, especialmente porque no solo el propio Trump sino muchos de sus seguidores todavía creen que les robaron aquellas elecciones.

Ahora, que no hay temor a represalias por parte del Gobierno demócrata saliente, empiezan a circular cuadros comparativos de varios ciclos electorales, en que se ve cómo en las elecciones de hace cuatro años, el número de votantes fue mayor que nunca, con un incremento sin precedentes de votantes demócratas, algo que muchos republicanos ven como prueba del pucherazo que los demócratas pudieron llevar a la práctica gracias al apoyo de funcionarios anti-Trump y la confusión provocada por la pandemia del covid. No se trató del aumento natural de cada ciclo, pues este año hemos vuelto a las cifras habituales previas a 2020.

Uno podría imaginar que, tras la sorpresa por los resultados electorales y el rechazo expresado por grupos tradicionalmente demócratas, como hombres negros o inmigrantes, el Partido Demócrata podría revisar sus políticas para recuperar a quienes se han pasado de bando.

Quizá lo hará, pero por el momento, la parte más visible de este partido, que son la gran mayoría de los medios informativos, siguen insistiendo en las mismas explicaciones que estamos oyendo desde 2016 cuando Hillary Clinton era la candidata presidencial: quienes favorecen a los demócratas son “deplorables” (según Hillary), son gente “aferrada a sus supersticiones y sus armas” (según Obama) o “una montaña de basura” (según Biden).

No hay indicaciones de que semejantes descripciones les hagan mudar de opinión, pero tampoco las hay de que el Partido Demócrata esté dispuesto a un examen de conciencia. En estas condiciones, cabe esperar que el resurgimiento republicano continúe por lo menos durante los próximos cuatro años del mandato de Trump.