Salvó a un carlista de un fusilamiento, pero no su propia ejecución
El nacionalista vasco Juan Eskubi libró de la muerte al padre del durangarra Jesús Iturralde, hermano de quien compuso la música de ‘Desde Santurce a Bilbao’
"SI no fuera por Juan Eskubi, yo no hubiera nacido. No estaría aquí". Es el testimonio de Jesús Iturralde. Sale de su boca en el cementerio de Durango junto al lugar donde republicanos fusilaron a derechistas el 25 de septiembre de 1936 como venganza a una suelta de bombas por parte de pilotos del bando golpista español sobre el frontón descubierto de Ezkurdi. Murieron 12 milicianos refugiados en el municipio que jugaban a pelota o descansaban en el centro de la localidad. A continuación, combatientes antifascistas sacaron de la cárcel a 24 presos y 22 fueron asesinados. Uno, Antonio, se salvó. Estaba preso porque, días antes, un compañero suyo del Orfeón Durangués –ambos eran fundadores de la masa coral más antigua de Bizkaia-, se presentó ante él con una orden para detenerle por ser carlista. También se llamaba Antonio: “El apellido no voy a decir. De hecho, luego he sido íntimo amigo de su hijo”, enfatiza Jesús, administrativo jubilado nacido en 1943.
Pero, ¿quién era aquel hombre que le salvó? Juan Eskubi Urtiaga fue un recordado nacionalista vasco, representante del sindicato SOV (Solidaridad de Obreros Vascos) y afiliado a EAE-ANV en la Junta de Defensa local de Durango de la que fue presidente desde agosto de 1936. “Mi padre iba en aquella fila de prisioneros de la cárcel al cementerio para fusilarlos”, apostilla Iturralde y estima que Eskubi sacó de la fila a su padre y dijo: ‘De este me encargo yo’. “Argumentó que se lo tenía que llevar al comité para declarar porque sabía mucho. Le sacó del pelotón insultándole, pegándole patadas y luego le dijo que se había portado así para disimular ante el resto. Y entonces le llevó a Ezkurdi, y le escondió en la carbonera del batzoki”. Mientras tanto, republicanos fusilaba al resto en el cementerio. “Mi padre nunca se había metido en problemas. Era un pedazo de pan. Ya sabes los odios que levantan las guerras”, apostilla.
En aquel impasse, la esposa de Antonio Iturralde, refugiada en un caserío de Garaizar de una mujer que les llevaba leche a casa, le dio por muerto. “Le había llegado la noticia de que habían fusilado a todos. Hasta que un día le llegó una foto de aita sentado en Ezkurdi. Al poco, Eskubi le llevó al caserío de noche”, explica y relata un hecho digno de guion cinematográfico: “Lo que hicieron es a él y a su amigo Eudoxio esconderles en un váter del caserío. Permanecieron seis meses sin salir. Pusieron un armario tapando aquella puerta y les metían la comida por debajo del armario hasta que llegaron lo de Franco” en abril de 1937. Así como Antonio continuó con vida, su salvador, Eskubi, acabó fusilado por los ya franquistas el 24 de octubre de 1938 en Derio. Solo tenía 31 años.
Acabada la guerra, Antonio Iturralde prosiguió con sus pasiones: la familia, el orfeón y las danzas vascas hasta el punto de que ganó el campeonato vasco de aurreskolaris celebrado en Eibar en 1918. “En una exposición vi que mi padre era aquel dantzari de la foto”. Históricos coreógrafos de la época como Segundo Olaeta se fijaron en sus cualidades. “Aita acabó bailando en Nimes, por ejemplo”.
Y no queda la cosa ahí en el ámbito cultural en la familia. Un hermano de Antonio fue quien inventó la música de canciones que la persona lectora conoce muy bien. “Sí, Pacho fue el autor de Desde Santurce a Bilbao, Yo te daré, ¿Quién tiró la piedra? Era componente de Los Bocheros. Fueron a América para dos años y acabaron estando 28. Tuvieron un éxito de la leche”, enfatiza orgulloso quien asegura que a su padre no contaba nada de la guerra, porque “ponía la amistad por encima de las ideologías”. Y cita un ejemplo: “Un día, mi padre se cruzó con el otro Antonio, el que le había sacado de casa. Y mi padre le llamó. Quería hablar con él. Y el otro, acojonadillo. Aita le dijo que estaba reorganizando el orfeón y que les hacían falta tenores y que él era muy bueno. Él le preguntó si era en serio. Y mi padre, que sí. Qué contento me pones, le respondió y le pregunto y, ¿entonces, aquello? Aquello olvidado. Para mí es un orgullo que mi padre estuviera por encima de las ideologías y de los rencores. De hecho, yo tuve mucho cariño a aquel hombre que me llamaba Iturralde Petit”.
La familia también recuerda cómo un día estando en el Círculo Carlista, establecimiento que pasaría a ser batzoki, ocurrió una desgracia. “Uno al que llamaban Pablito, se encontró una granada de mano y tiró de la argolla. Los que estaban allí se echaron al suelo y le dijeron que la tirara por la venta. Y eso hizo. Abajo justo estaban mis dos hermanos y el hijo de un carnicero. Le cayó a mi hermano Eduardo entre las dos piernas y él con ellas ahogó la detonación y la metralla le dejó las piernas heridas y perdió un dedo. Y no murió. El vello le salía en las piernas luego por líneas. Otro estuvo más grave con la cara toda picada por la metralla y el tercero nada, que luego fue portero de la Cultural de fútbol”.