L 26 de abril de 1945 tenía lugar en Burdeos una gran parada militar para celebrar la expulsión definitiva de las tropas alemanas nazis de la comarca de la Gironde. El público, entusiasmando, aclamaba a las fuerzas libertadoras y arrojaba flores a su paso. Entre ellas, había una singular unidad extranjera, vestida de azul verdoso, que tomaba parte con su propia enseña: la ikurriña. Las tropas formaron marcialmente en la inmensa explanada de la plaza Quinconces, junto al monumento a los girondinos, donde su jefe, el general Larminat, les arengó y procedió a pasar revista para la entrega de condecoraciones. Sonaba la música triunfal y los aplausos de la multitud no cesaban. El general se detuvo largo rato frente a la bandera vasca, se cuadró y saludó militarmente. Tras ella, en columna de a dos, se encontraban los hombres que habían hecho posible la victoria: el batallón Gernika.
Ocho años atrás, también un 26 de abril, había tenido lugar precisamente en Gernika, la agresión más brutal del nazismo contra el pueblo vasco: el bombardeo y la aniquilación de la villa foral. En aquellos momentos de 1937, Euzkadi soportaba la más fuerte ofensiva del ejército franquista ante la pasividad de las democracias occidentales, que entonces cerraban los ojos ante el auge del fascismo.
A la larga vencidos, los vascos emprendieron el duro camino del destierro, y aunque los horizontes se les cerraban, algunas puertas se abrían. Francia toleró la presencia de los refugiados, en una atmósfera europea donde soplaban vientos de una guerra mundial que no tardó en llegar el 1 de septiembre de 1939. En esa tesitura, el lehendakari Agirre fue claro y conciso: "Dadas las causas invocadas y los métodos empleados por Alemania para desencadenar la guerra, se trata para nosotros de la guerra entre todo lo que es digno de ser apreciado y todo lo que merece nuestra condena. Los vascos jamás dejarán de cumplir su deber al servicio de la libertad y de la dignidad humanas". Euzkadi era beligerante y los vascos buscaban un lugar en las filas aliadas para luchar contra la Alemania nazi.
Sin embargo, la esperanza de la victoria se esfumó una vez más. Alemania derrotó a Francia que, tras el armisticio del 22 de junio de 1940, quedó dividida y ocupada en una parte por los alemanes y gobernada en la otra por un régimen filofascista francés, con capital en Vichy.
En esa situación, la población vasca exiliada hubo de sobrevivir, en la medida de lo posible, bajo la amenaza permanente de encarcelamiento, deportación o repatriación por su condición antifranquista. Ello no impidió que numerosos vascos y vascas colaboraran con la incipiente resistencia francesa en multitud de actividades tendentes a erosionar el esfuerzo de guerra alemán y facilitar la victoria aliada, ya que la guerra continuaba en otros frentes del planeta. Así, no cesaron las labores de espionaje, ayuda en las rutas de evasión de prisioneros y sabotajes en la producción o en las infraestructuras del enemigo. Finalmente, llegó el momento de participar en acciones armadas y muchos vascos pasaron a integrar el maquis o guerrilla, acabando encuadrados en la Unión Nacional de Guerrilleros Españoles. Uno de ellos fue Kepa Ordoki, gudari y antiguo comandante del ejército de Euzkadi, quien, tras recibir del consejero Eliodoro de la Torre el encargo del Gobierno vasco de agrupar a todos los combatientes vascos en una sola unidad, reunió a unos 200 hombres.
Tras el desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944, el territorio francés comenzó a ser liberado, entrando los aliados en París el 25 de agosto. En esa coyuntura, los republicanos españoles, secundando a los dirigentes del Partido Comunista, decidieron concentrarse en el Pirineo navarro con la intención de atacar a la España de Franco. Ordoki, siguiendo las instrucciones recibidas del Gobierno vasco, conocedor de las fuertes defensas construidas por el dictador en la muga, informó a sus hombres de lo dificultoso de esa operación, proponiéndoles segregarse de la Unión Nacional y pasar a formar parte de las Fuerzas Francesas del Interior como unidad vasca propia, lo cual la gran mayoría aceptó. El mismo camino siguió un grupo similar de anarquistas españoles que más adelante formarían el batallón Libertad.
De esta manera, la unidad vasca comandada por Kepa Ordoki, se separó de la agrupación guerrillera y fue trasladada desde el Bearn hasta Burdeos por la autoridad militar francesa en diciembre de 1944, para finalmente llegar a su campamento en la localidad de Le Bouscat. Mientras tanto, comenzaban en París las conversaciones entre los gobiernos francés y vasco sobre las bases para la organización de una unidad militar vasca, integrada en el ejército francés, durante el tiempo que durase la guerra contra Alemania. En palabras del consejero Leizaola, "Euzkadi, la primera agredida, debe estar presente en la última batalla". La unidad recibiría el nombre de Batallón Gernika, en recuerdo de la villa bombardeada que acoge el roble símbolo de las libertades vascas.
Así, comenzó la recluta de nuevos jóvenes entusiastas con los que engrosar las filas del batallón, gente de todas las ideologías, principalmente nacionalistas vascos seguidos de socialistas, hombres dispuestos a luchar por la victoria aliada y el retorno de la democracia a su país. Pronto recibieron equipamiento militar y armas, a veces escasas y muchas de ellas capturadas a los alemanes, así como los nuevos uniformes en los que destacaba la ikurriña sobre la manga izquierda de la chaqueta. De esta manera, durante varias semanas se entregaron a fondo a la organización y al entrenamiento para el combate.
Aunque la mayoría de las fuerzas alemanas se habían retirado de Francia, en algunos puntos del Atlántico se mantenían las fortalezas nazis abastecidas desde el Estado español. Tal era el caso de la Festung Gironde Süd, en la península del Medoc, amenazando Burdeos, con 4.000 efectivos en torno a las baterías de artillería de marina del Muro Atlántico, fuertemente protegidas por nidos de ametralladora, alambradas, fosos anticarro y campos de minas. Se acercaba la derrota alemana y el final de la guerra, y el líder francés, general De Gaulle, por razones políticas quería liberar la totalidad de su territorio. En estas circunstancias, el batallón Gernika fue enviado al frente de combate, integrado en el Regimiento Mixto de Marroquíes y Extranjeros dirigido por el comandante Chodzko, militar legionario polaco, a su vez integrado en la Brigada Carnot mandada por el coronel Jean de Milleret.
Desplegada la unidad desde el 22 de marzo de 1945 en el frente del Medoc, en Lesparre, los gudaris se habituaron al entorno, salpicado de pinares aunque en su mayoría cenagoso e intransitable. Así, el día 14 de abril comenzaban las operaciones desde Vendays. La aviación aliada y la artillería francesa batieron duramente las posiciones alemanas como preparación al ataque. Los gudaris escucharon misa esa mañana y tomaron posiciones frente a la Cota 40. Antes de la acometida, entre las dunas, su comandante Ordoki les arengó: "Ha llegado la hora de combatir, de vencer al enemigo y de hacer saber al pueblo de Francia que los vascos sabemos luchar y morir por la libertad". Eran las 15:30 horas y los hombres comenzaron a avanzar por secciones, con la ikurriña desplegada, cantando el Euzko Gudariak, por un cortafuego estrecho, tras una avanzadilla que iba localizando las minas y balizando el camino. Su marcha era contenida por los alemanes que luchaban con gran tesón desde los nidos de ametralladora. El asalto a la cota 40, loma muy fortificada, fue durísimo, pues el camino era batido sin cesar por los morteros enemigos. Las bajas fueron numerosas y se hicieron los primeros prisioneros alemanes. Finalmente, el batallón fue relevado para su descanso con cuatro muertos a los que habría que sumar otro de fecha anterior: Antonio Mugica, Félix Iglesias, Juan José Jausoro, Antonio Lizarralde y Prudencio Orbiz, así como 18 heridos.
En los días posteriores, los gudaris fueron ocupando distintos pueblos de la costa, entre bosques ardiendo, cadáveres y dunas a la orilla del mar: Montalivet, Grayan y Soulac, pueblo éste que terminaron de limpiar de resistencia alemana durante la jornada del 18. Llegó así su combate final, en Pointe de Grave, el 19 de abril. El batallón Gernika, junto con el Libertad, atacó la batería de Arros, apoderándose del complejo de bunkers de la playa, mientras los alemanes se rendían en masa tras conocer la noticia de la muerte de su jefe, el capitán de corbeta Schillinger. Los gudaris habían capturado tres banderas nazis ese día y, por fin, se entregaban a un merecido descanso. Las operaciones en la zona terminaron con la toma de Le Verdon y la capitulación del mando alemán al día siguiente.
El día 22 de abril el general De Gaulle llegaba al aeródromo de Grayan y felicitaba a sus mandos y tropas. En medio de la euforia por la victoria, requirió la presencia del comandante vasco, Ordoki. Abriendo una botella de champán, alzó la copa diciendo: "Mi comandante, Francia no olvidará el gesto de coraje y sacrificio hecho por los vascos para la liberación de su tierra".
Así, tras el imponente desfile del 26 de abril, llegó el 1 de mayo y los gudaris recibieron la sorpresiva visita del lehendakari Agirre, recientemente llegado de Nueva York. La alegría fue inmensa. El lehendakari confiaba en la próxima caída del régimen franquista, pero la historia pronto seguiría otros derroteros.
Transcurridas unas semanas, llegaría el final de la guerra en Europa y la desmovilización del batallón Gernika. Sus combatientes lograron algunos derechos en la nueva República Francesa, aunque jamás pudieron contemplar la anhelada derrota del franquismo que les permitiera volver a casa. Nuevamente las democracias occidentales miraban para otro lado.
En la posguerra honraron a sus muertos, enterrados en el cementerio de Rétaud, y participaron en homenajes con la presencia de antiguos combatientes. Después, con la llegada de la democracia a Euskadi, fueron reconocidos con un monumento a su lucha, allí en Gernika, la villa tan querida por ellos y que había dado nombre a su batallón. Tal vez no fue hasta abril de 2015 cuando recibieron un homenaje de gran repercusión, con la presencia de uno de los últimos gudaris, Francisco Pérez, en el Memorial de la Cota 40, acompañado del lehendakari Iñigo Urkullu y del presidente de Aquitania.
Ahora que se cumplen 75 años de su gesta, es un buen momento para recordarla y que su gloria no sea efímera. En palabras de Francisco, ya fallecido y cuyas cenizas descansan en la playa de Arros: "El mayor enemigo de la memoria no es el tiempo, sino el silencio".
(Bilbao, 1969) es Licenciado en Máquinas Navales y director del Museo Memorial del Cinturón de Hierro de Berango. Ha investigado y publicado trabajos sobre la Policía Motorizada (Ertzain Igiletua) de 1936-1937; sobre el Cinturón Defensivo de Bilbao; sobre los bombardeos en Legutio, y sobre el frente de guerra de Las Encartaciones en 1937. Así mismo, ha impartido conferencias sobre la Guerra Civil en Euskadi, en varias localidades y jornadas.