Turín es la guardiana de la Sábana Santa. El sudario es una tela de lino que muestra la imagen de un hombre que presenta marcas y traumas físicos propios de una crucifixión. Se cree que la imagen pertenece a Cristo. En la capital del Piamonte también se custodiaba otro símbolo pagano, la maglia rosa del Giro, que posee el poder del fervor religioso en Italia, donde el ciclismo es un cofre donde se almacena la pasión, la gloria y el drama. Y la fe. Siempre la fe. El ciclismo moderno gravita sobre la ciencia, el cálculo, la cadencia, la aerodinámica, los vatios y las tablas de excel. Los milagros no suelen ocurrir. El potenciómetro es la Biblia y Filippo Ganna su mejor apóstol.

El campeón del Mundo contra el reloj notificó su superioridad desde su talla de hombre de acero y liquidó cualquier resistencia en el estreno del Giro. Ganna, un gigante, se cosió la maglia rosa de líder tras su estratosférico despegue. El italiano es un bólido. Cavallino Rampante. Un Ferrari. En casa de la FIAT, matriz de la marca de los superdeportivos, Ganna, arrancó las pegatinas al resto, que no se le pudieron aproximar. Ganna corría contra sí mismo. Era su soliloquio. Su reflejo en el espejo.

El otro espejo reflejó las miradas de los favoritos a la conquista de la Corsa rosa. Allí se cruzaron los ojos enmascarados de los candidatos, apelmazados en las manecillas, colgados cerca los unos de los otros del segundero de Turín. Su tiempo es el de las montañas, aún lejanas en el horizonte, a tres semanas vistas, pero conviene no demorarse demasiado. Cada segundo cuenta y Landa los pierde. Sueña con los aires de las cumbres el alavés, al que le ahoga el reloj. La sensación de agobio le agarra por la pechera. Claustrofobia en el callejero de Turín, otra vez malencarado en la crono, su pesadilla más recurrente. El de Murgia no acaba de llegar a la hora. Siempre se retrasa. Maldito reloj. Entre los jerarcas, solo Bardet salió peor parado que Landa.

El vasco concedió más de medio minuto a Almeida, 30 segundos a Evenepoel, 25 a Vlasov y una decena respecto a Bernal, Yates o Nibali, que se fundieron en el mismo encuadre. Landa penalizó. No fue su hora. Las diferencias no son aún muy dañinas, pero el de Murgia quedó herido, con el sabor de hiel barnizándole el paladar. Los rasguños del crono marcaron al alavés, alistado desde el arranque a la aventura de la remontada. El tiempo pasa, caen las hojas caducas, crece la primavera, pero Landa es perenne, peleado con el crono que le sitúa donde siempre, que le pellizca el orgullo. Landa deberá izar la bandera de la rebeldía para conquistar el Giro.

Después de la anomalía de 2020, cuando el Giro sobrevivió con respiración asistida en octubre para alejarse de las fauces de la pandemia que ha cambiado el mundo, floreció la Corsa rosa en el jardín de la primavera de Turín, despertador de la carrera italiana. La carrera estaba en su nido, en su vergel, el sitio de su recreo. Una contrarreloj corta, menos de 9 kilómetros absolutamente llanos por el sistema nervioso de la capital del Piamonte, alzó el telón de la gran ópera que nutre el imaginario colectivo de Italia. El simbolismo imbatible del Giro el año en el que celebra el 90 aniversario de la maglia rosa, la capa de campeón. Le Corbusier dijo que Turín es la ciudad con la posición natural más bella. A Landa no le gustó.

Desde las alturas le cuida el manto sagrado de Superga, la colina en la que el Grande Torino, el gran equipo de fútbol de la ciudad, se estrelló para siempre. Aquel accidente de avión sumió a Turín en una depresión. Era el 4 de mayo de 1949. Todos fallecieron. El drama se instaló para siempre en el tuétano de sus habitantes, a los que les late el corazón granate. El Giro es multicolor, transversal, unificador. Espíritu Garibaldi. El color de Ganna. Una caja de plastidecor que pinta el mundo. A orillas del Po, en la balconada que se asoma al río a modo de artería fluvial, se estiró el reloj del Giro en una crono apresurada, el velocímetro por encima de los 56 kilómetros por hora. Ciclistas pedaleando ciclomotores hasta que tronó Ganna y su vuelo rasante.

Antes, Nibali, apergaminado el rostro, se quitó las arrugas. Se desplegó con la prisa de la adolescencia, como si quisiera quitarle tiempo al tiempo, bebérselo a borbotones. El Tiburón de Messina, el hombre del sur en el norte, marcó un registro de 9:28. Más al norte que Nibali, al que adoran en Italia, el icono del ciclismo, transpira la juventud de Aleksandr Vlasov. El ruso limó el reloj para concretar una gran marca: 9:11. Los números de las emergencias. Con las sirenas puestas prendió el día Cavagna, un el TGV. Tren bala.

Su disparo, empero, no fue lo suficiente certero para dar el tiro de gracia a Tobias Foss. Campeón del Tour del Porvenir, Foss clavó el reloj en los 9 minutos. Su compañero, Edoardo Affini, un pívot, 1,92 metros, le birló el mejor tiempo por tres segundos. Era la referencia después de que la primera línea la trazara Jonathan Castroviejo, que amaneció con velocidad. El vizcaino completó una gran actuación. También Pello Bilbao, que candó el reloj en 9:25, y Gorka Izagirre, apenas cuatro segundos más.

Sólido Almeida

Hugh Carthy optó por la hora del café o quién sabe si la del té. El longilíneo inglés cerró el circuito con un registro notable para un escalador: 9.24. En esos mismos guarismos se manejó Pavel Sivakov, báculo de Egan Bernal. Bernal, al que le atraviesa el rayo del dolor a través de la espalda, quiere curarse en el Giro. Campeón del Tour en 2019, Bernal busca la redención. Tendrá que pelearla en cada centímetro. El colombiano se dejó 24 segundos respecto a Almeida.

Joven, desvergonzado, sin un pizca de saudade, emergió con fuerza el portugués que lideró el Giro del pasado año. Almeida fue el mejor entre los favoritos. Confeccionó una crono sobria y sólida. Marcó un registro de 9:04. Simon Yates, otro candidato al rosa de Milán, empató con Pello Bilbao. Apenas había fluctuaciones en el parqué bursátil de los escaladores, pegados con el velcro temeroso de la crono.

A Jai Hindley, segundo en el Giro de 2020, se le abolló la sonrisa. Medio minuto más lento que Almeida, el metro patrón hasta entonces. Remco Evenepoel, el prodigio belga, que se cosía un dorsal nueve meses después de su terrible accidente en el Giro de Lombardía, se quedó a dos instantes de Almeida. Evenepoel avisa. Anunciada estaba la victoria de Ganna, el campeón del mundo de contrarreloj. El italiano aplastó la resistencia de Foss. Astilló su tiempo en 10 segundos tras recorrer el trazado a 58,7 kilómetros por hora. Un cohete.

Ganna, plegado a modo de una mantis religiosa, devoró a todos sobre una montura tasada en 25.000 euros. El tiempo es oro. Bien lo sabe Mikel Landa, que perdió un podio del Tour por un segundo y uno del Giro por ocho. El de Murgia, que añora la tercera semana, aunque es la última, que mira a los Alpes, se destempló en Turín. A Landa le toca remontar de nuevo entre la foresta de los candidatos a la victoria final, empatados en el primer asalto, sin apenas aire entre sí. Landa maldice el reloj.