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LAS ilusiones no se pagan con dinero, porque de ser así el fútbol estaría hace largo tiempo rendido, sometido, sumiso, podrido en definitva; sus éxitos, su gloria, serían un estéril producto de mercado. El último gran ejemplo que ha regalado este deporte es el Bradford City, club de la cuarta división inglesa. Desde allí claman al cielo: "¡Dejadnos soñar!".
Sucede que los chicos del modesto equipo inglés han superpuesto una bendita gesta deportiva a la desgracia que venía siendo cabecera en la historia del club, la tragedia de 1985 en la que fallecieron 56 aficionados durante un partido de celebración con motivo del ascenso a la segunda categoría del país, cuando el estadio Valley Parade ardió en llamas. Fatalidad que marcó un antes y un después en la conciencia social y en la construcción de los campos de fútbol, antes alzados con esqueletos de madera. En concreto, la estructura del coloso Valley Parade contaba con unos 80 años de antigüedad.
El Bradford ocupa portadas de nuevo. "Es posible que tengas que leerlo otra vez para asegurarte de que todo es real y que no estabas soñando", amanecía en la página web del club, después de clasificarse para la final de la Capital One Cup. Es el segundo equipo en la historia de las copas inglesas (FA Cup y Capital One Cup, esta anteriormente denominada Carling Cup) que desde la cuarta división inglesa, las catacumbas, firma semejante hazaña. El antecedente fue el Rochdale en 1962 -cayó 4-0 ante el Norwich-, pero este no disputó su final en el templo de Wembley, el campo por antonomasia del fútbol británico.
El Bradford lo ha conseguido tras apear de su camino a Wigan, Arsenal o Aston Villa como equipos de la Premier League, un total de seis eliminatorias. Al Villa, en las semifinales, le endosó un 3-1 en la ida y resistió con un 2-1 desfavorable en la vuelta. Anecdóticamente, el tanto de la supervivencia, el que confirmó la bendición, fue obra del vestido por el dorsal 9, James Hanson, que acumulaba 14 horas sin perforar la red y tres años antes ejercía como reponedor de supermercado. Ingredientes de la dulce y emotiva historia, como lo son los cerca de 8.800 euros invertidos en la confección de la revolucionaria plantilla.
Y es que el Bradford, fundado en 1903, es un modesto del fútbol inglés. El mayor logro deportivo que luce en sus vitrinas es el título de la FA Cup, datado de 1911, y cuando el plantel formaba parte de la primera división del país. Más tarde, en 1922 sería relegado de categoría y emplearía 77 años para regresar a la élite estatal.
Durante todo ese lapso de agitada trayectoria se ganó la catalogación como uno de los clubes ascensor del fútbol inglés. De hecho, desde aquel 1922 únicamente ha permanecido en la cúspide durante dos temporadas, la 1999-00 y la 2000-01. Ahí comenzó una caótica situación, con una deuda acumulada de alrededor de 15 millones de euros, lo que dejó al club en manos de dos administraciones judiciales para conducir al equipo a tres descensos en siete años. Caída en barrena. El Bradford vivía hasta hace unos días sumido en la resaca económica, pendido del hilo de la desaparición. No obstante, la épica en la Capital One Cup les ha reportado en torno a 1,5 millones de euros que calan en las arcas como agua de mayo, que alivian la economía y aseguran la vida a corto plazo del club. "Estoy emocionado, porque cosas como estas no pasan todos los días. Es probable que nunca más vuelva a suceder algo así en una competición como esta", eran las palabras del capitán Gary Jones, que bien puede impartir doctrina sobre ilusiones cumplidas. "Debes soñar que puedes ganar, ¿por qué no?, ¿quién nos hubiera dicho que llegaríamos tan lejos?", añade. No en vano, es el club con peor ranking de cuantos han tomado parte en la categoría más trascendente del fútbol inglés.
El Bradford, conocidos sus pupilos como los Bantams (Los gallos, en castellano -precioso mote-), se asoma ahora al balcón de la gloria. Ante sí está la capacidad para danzar burlesco sobre los principios del fútbol contemporáneo, el que vive paralelo a la economía y que, con casos como Real Madrid, PSG o Manchester City, ensalza la parte filosofal e intangible que preserva el fútbol, el de las emociones, con su propio ejemplo, el de este simpático club con más seguidores que nunca gracias a la globalización de los hitos a través de los medios de comunicación.
La siguiente estación es la final del día 24 de febrero en el apoteósico Wembley. La oposición, el Swansea de moda, de los Laudrup, Michu y compañía, que dejó en el camino de semifinales al Chelsea. De ganar, el Bradford se aseguraría una plaza en la Europa League y se convertiría en el club más modesto en lograr un título en Europa. Las apuestas dictaban un 10.000-1 antes de echar a rodar la competición, pero como se cuestiona el guardameta Matt Duke en nombre de la plantilla, "¿por qué no podemos ganar? ¡Dejadnos soñar! Estoy convencido de que esto no ha acabado aquí". Al fin y al cabo, las ilusiones son gratis, no tienen precio, son baratas, pero a veces cobran una relevancia que no hay dinero para frenarlas. Así es el Bradford.