Hoy, 30 de agosto, se cumplen exactamente tres años desde que Estados Unidos retirara sus tropas de Afganistán, dejando en manos del poder talibán la gestión política, económica y social del país. Tres años de una violación progresiva de derechos humanos personalizados de la manera más cruel en la mitad de su población, la que representan 21 millones de mujeres y niñas, quienes han sufrido durante este tiempo severas restricciones en el acceso a la educación, la sanidad, el ocio, la cultura o el mercado laboral. Tres años donde el aislamiento al que ha sido sometido el país apenas ha sido roto por las pocas alertas que han logrado lanzar las asociaciones humanitarias desde el interior y sin que la diplomacia internacional haya ejercido la obligada presión para acabar con el infierno de la población femenina afgana. Expresar el “horror”, como hizo este pasado lunes la Organización de las Naciones Unidas tras la entrada en vigor de nuevas “leyes de moralidad”, es de obligado cumplimiento por parte de los organismos oficiales. Sin embargo, la voz de denuncia debe ser sostenida durante el resto del año para el cuestionamiento de prácticas medievales que solo tienen como objetivo el control masivo de su sociedad. Voces a coro, que exigen también de un posicionamiento claro de los países de manera individual, y que deben servir para romper el silencio al que, ahora mediante la nueva Ley para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio, se pretende someter a sus mujeres y niñas. A través de 35 artículos, las nuevas reglas vienen a regular prácticas ya asentadas durante estos tres años en cuestiones como la vestimenta (obligatoriedad del velo integral) o la suspensión de la educación superior femenina. Sin embargo, da un salto cualitativo al introducir la prohibición de que las mujeres alcen la voz en público. Así, ninguna afgana podrá a partir de ahora hablar fuera de sus hogares y deberá evitar mirar o conversar con aquellos hombres que no sean familiares. Normas que llegan acompañadas de severas sanciones para quienes no cumplan con la nueva ley que también regula (aunque en menor medida) comportamientos masculinos. Dominación y control puro y duro de un grupo social a otro que, en tiempos pasados, se llamó Apartheid en Sudáfrica y que hoy se consolida, con toda impunidad, en Afganistán.
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