EL desgarrador lamento de las refugiadas afganas al advertir de que las mujeres están “despojadas de los derechos más básicos” en su país y su no menos desoladora súplica para que la comunidad internacionl impida que las mujeres sean “borradas” de la sociedad ilustra a la perfección la lamentable situación que se vive en Afganistán un año después del regreso al poder de los talibanes tras la precipitada y caótica retirada de las fuerzas occidentales. La población afgana se siente abandonada por la comunidad internacional, que durante 20 años logró a duras penas y tras una cruel guerra tímidos avances sociales, económicos y de derechos, en especial para las mujeres. Hoy, un año después de aquel 15 de agosto, “Día Negro” como lo denominan las mujeres afganas, en que los talibanes volvieron a ser dueños y señores del país, la situación en Afganistán, convertido en Emirato Islámico, es de crisis humanitaria en todos los órdenes. Las mujeres y niñas han sido excluidas de la educación y de la vida pública y la interpretación más extrema de la ley islámica se impone a la fuerza y bajo amenaza de muerte. El terrorismo y los enfrentamientos entre diferentes sectores y grupos islamistas contribuye también a una grave situación de caos social y al hundimiento de la economía del país, sumido en la violencia y la pobreza. La falta de alimentos está provocando situaciones de hambre en amplias capas de la población, que carece de servicios básicos. Los derechos humanos sencillamente no existen. Una realidad que era previsible hace un año, y de ello advirtieron todas las organizaciones humanitarias. La retirada de Afganistán fue un grave error de los países occidenales, apremiados por la decisión unilateral del presidente de EE.UU., Joe Biden. Los resultados saltan a la vista. Europa está especialmente concernida en ello y debe asumir su responsabilidad por el seguidismo de la nefasta política norteamericana y aprender la lección. Ahora no puede lamentarse –como ha hecho la UE– por que los talibanes hayan “roto su promesas hacia el pueblo afgano y la comunidad internacional” y estén, desde el poder, violando de manera sistemática los derechos humanos, en especial de mujeres y niñas. Afganistán representa hoy un gran fracaso colectivo que está pagando la parte más débil de la sociedad del país ante la indolencia y fingida indignación del mundo occidental.