bilbao - Y se desató la tormenta. Llovió con saña, como si el cielo estuviera cabreado. Rayos, truenos y centellas. La carretera era un río salvaje. Los ciclistas, dorsales a la deriva tratando de no escorarse, de salvar el pellejo, cuando en Montserrat se desplomó el cielo, en cascada, y el descenso, peligrosísimo, cuadró a todos, atemorizados sobre un piso que era una pista de patinaje. Supuraba agua el asfalto. La Vuelta se reflejó, inopinadamente, en un espejo resbaladizo, un mundo nuevo después del secarral, de los paisajes áridos que desmoralizan las vistas. Con la lluvia, el día adquirió el deje excitante de las clásicas del norte de Europa, cuando se corre al asalto, sin más previsión que lo inmediato. En ese frenesí, en el tiroteo, en medio de las ráfagas, Nikias Arndt descerrajó la victoria ante Alex Aranburu, que en “la lotería” del esprint, se quedó a un número del boleto ganador en un día en el que no hubo espacio para las reflexiones ni para los depósitos a medio plazo.

Por eso, cuando Stetina, Barceló -valiente el del Murias- y Herrada se destacaron en Montserrat, hubo corrimiento de tierras entre los fugados. La veintena de hombres que amaneció con ganas de olvidarse del pelotón, sabía que la victoria sería para uno de ellos. Alex Aranburu, azul la mirada, ambiciosa y hambrienta, se alistó al trío. La estadística decía que tenía un 25% de posibilidades de ganar. No era un mal cálculo. A las puertas de Igualada, el resto de fugados, con la misma idea de Aranburu, esposaron al cuarteto. Lo que era un cónclave en petit comité se convirtió en una reunión de vecinos. “Sabíamos que la escapada iba a tener una oportunidad. La he cogido, pero no ha salido”, certificó resignado Aranburu, al que dejó sin gloria Nikias Arndt. El alemán atormentó al guipuzcoano con un esprint inusual. Arndt conquistó el triunfo desde el sillón. Sin levantarse. En el chaise longue llegaron los favoritos, que no corrieron ningún riesgo. “En la parte final de la etapa hemos ido muy tranquilos y juntos en el equipo y sin arriesgar, ¿para qué?”, analizó Miguel Ángel López, que dejó en liderato en el armario de Nicolas Edet.

Se agitó el final, un río revuelto. Tusveld echó la caña para pescar pero se le anudó la pita. En una rotonda patinó y se estrelló. Su segunda caída en la vuelta. Descartado. Metros después cayó el motorista con el cámara de televisión. Stybar, un tipo fuerte, con clase y determinación, aceleró sus opciones. Sin moto, le persiguió un plano cenital. Se corría a palo y tentetieso. Nada de sutilezas. Edet sudaba dicha. Con la renta adquirida, se vistió de rojo. Líder. Stybar no miraba a la general. Hizo un kilómetro en solitario antes de que la jauría le devorara la renta y el grupo, numeroso, otra vez, reunificado, enfocara el esprint bajo la lluvia.

a por todas Aranburu, el mismo que retó a la lluvia, al miedo y a la jerarquía en el descenso, estaba dispuesto a saltar la banca. El guipuzcoano, un buen rematador que la próxima campaña probablemente anide en el Astana, no lo dudó. Consciente del escaparate magnífico de la Vuelta, en medio del aguacero, un ecosistema que conoce, aceleró con determinación por el centro. Su repunte era el ganador, si no fuera por Arndt. El alemán recogió el desconsuelo de Tusveld, su compañero caído en la rotonda, y se fue recto al triunfo. Arndt derrotó a Aranburu con suficiencia. Esprintó lejos del manual de estilo que promueve una posición felina y cargar el peso sobre el manillar. Atornillado al sillín, el alemán, una estatua, agazapado, encogido sobre sí mismo, pedaleó con la potencia de un bisonte en estampida.

Arndt ganó sentado. Solo se levantó del sillín para festejar la victoria mientras Aranburu maldecía y lanzaba golpes al manillar y a sus cuádriceps. Las piernas no le alcanzaron al guipuzcoano, que probablemente perdió el esprint kilómetros atrás, cuando se desató en el descenso de Montserrat para llegar al terceto. Sin un instante de resuello, atacó. Después, cuando eran cuatro, Aranburu se entregó en los relevos porque era lo que exigía la situación. Esos excesos penalizaron al guipuzcoano, que había ahorrado en las jornadas precedentes para jugársela camino de Igualada. El plan lo cumplió punto por punto el guipuzcoano, siempre atento, protagonista en todos los frentes. Dicen que el problema de tener tantos frentes abiertos es que no se pueden defender. A Aranburu, que interpretó de maravilla las corrientes internas de la carrera, que se movió con naturalidad e inteligencia táctica, se le coló por el flanco izquierdo el poderoso Arndt. “En el sprint no sabía donde salir”, reconoció Aranburu, con la fatiga fustigándole el organismo. El alemán, agarrado al manillar de la determinación, coceó los pedales como un caballo salvaje. Un robot generando energía. Solo el rostro, expresivo, le alteró la pose en el duelo de la velocidad. Gritó y sonrió. Ganó sentado después de domar a Aranburu.