bilbao - Egan viene del griego “campeón”. Bernal habla inglés. Es el idioma del ciclismo moderno. El lenguaje del Ineos, el imperio que no cesa y que continúa apilando victorias en el frontispicio de la gloria del Tour de Francia. Pero para frenar al colombiano después de dinamitar la carrera en el Iseran, al imberbe de Zipaquirá le tuvieron que dar las órdenes en español. Bernal, apenas 22 años, es la excepción a la regla de la criatura gestada por David Brailsford una década atrás, cuando quiso conquistar el mundo. Brailsford inventó el Sky, al que le tomó el relevo el Ineos, que es lo mismo con otra nomenclatura. Por ese motivo, siete de las últimas ocho ediciones de la Grande Boucle, le pertenecen. La idea se mantiene intacta. El único objetivo, la obsesión del equipo británico es celebrar el Tour y donde no alcanza con un inglés, un keniano o un galés, se estira un colombiano que ha roto el molde. “Es una felicidad que no se puede describir. Es nuestro primer Tour de Francia. Se han disputado muchas ediciones, muchos colombianos lo han intentado, han ganado muchas cosas, muchas carreras, pero el Tour no llegaba. Creo que Colombia lo merecía”, alumbró Bernal en “la mejor victoria de mi vida”. En el frontispicio de la gloria, la estructura inglesa ha tallado los nombre de Wiggins, Froome, Thomas y Bernal. “Ahora solo quiero llegar a mi casa y asimilarlo. Todavía no he asimilado que he ganado el Tour. Luego, veré el siguiente objetivo. Pero ahora quiero disfrutarlo con mi familia”, apuntó el colombiano, el último campeón de un imperio sin fin. Nunca se pone el sol en el Ineos.

El infalible método del Ineos, el árbol genealógico de los campeones, la cadena de montaje del éxito reproducida sin desmayo, continúa con el despegue de Bernal, un ciclista llamado a marcar una época. El colombiano, insultantemente joven, arrolladoramente bueno, es un transgresor porque ni pertenece a las islas y sus satélites, ni responde al arquetipo de pistard reconvertido a campeón del Tour. Con apenas 22 años, el escalador colombiano es el tercer campeón de menor edad del Tour y el primer colombiano en alterar para siempre el rumbo de la historia de su país en la carrera francesa. Bernal es el hombre señalado para guiar una nueva era en el Tour. Bernal, en su humildad y enormes ganas de aprender, posee el carácter rebelde de los grandes campeones, tipos que no esperan a las oportunidades, que las agarran al vuelo. “Egan Bernal ha sido justo vencedor. No se sabe si será el primero de una serie, pero ha sabido aprovechar esta oportunidad. Le dije hace cuatro días que este Tour podía ser suyo, que la oportunidad era buena”, apuntó Jonathan Castroviejo, uno de los corceles del Ineos.

Lejos de la tradición de los anteriores campeones del Ineos, más dados a la espera y al gobierno paciente de la carrera después de un primer asalto, Bernal, al que apodan la Bestia, tuvo que atacar. El colombiano, el amo de las cumbres, el rey de los Alpes, despedazo a sus rivales en el Iseran, el ático del Tour. Su ritmo endiablado, su pedalada profunda, su capacidad de empuje por encima de los 2.000 metros, cuando el oxígeno escasea, llenó de razones los pulmones de Bernal para lanzarse hacia el Tour. En ese ecosistema, en su hábitat, el colombiano liquidó al resistente Julian Alaphilippe. El francés, excelso, el líder que nunca nadie imaginó, exigió un viraje al Ineos y al resto del pasaje del Tour para desbancarle.

La irrupción del D’Artagnan galo situó la Grande Boucle en una dimensión desconocida, alejadísima del patrón de las últimas ediciones bajo el ordeno y mando del todopoderoso Sky, antecesor del Ineos. Abierta la carrera, con un líder firme hasta la capitulación en los Alpes, Bernal se vio obligado al remonte. La crono por equipos le situó en una buena posición, pero la contrarreloj individual le llevó al límite, al extrarradio. El colombiano completó una actuación de lo más discreta en su examen contra las manecillas, en la antípodas del rumboso Alaphilippe, que barrió a todos para estupor y sorpresa de los jerarcas de la carrera. Además, su despunte en el Tourmalet y su aguante en el cierre pirenaico, obligaron a alterar los planes al resto. En el Ineos comprendieron que solo a través de una ofensiva caería Alaphilippe.

bernal, a por el amarillo En la primera jornada alpina, Bernal arañó medio minuto al líder, que logró enlazar con el resto de candidatos en el descenso del Galibier, donde se destacó el colombiano. Fue un aviso. El anuncio de la tormenta que desataría en el Iseran, la montaña cosida irremediablemente a su historia. El Iseran fue el sastre del Tour. Tomó las medidas a todos los candidatos. El traje le sentó como un guante al fenómeno de Zipaquirá. Reunidos los jerarcas, jadeantes en la etapa más dura de la Grande Boucle, el Tour palpitó al ritmo del corazón poderoso, joven y fuerte de Bernal. Geraint Thomas, su compañero, abrió las compuertas de una avalancha. Fue el detonante. Después se personó Kruijswijk, hasta que Bernal, que radiografió los rostros atormentados de sus rivales, descargó con violencia. Su ataque, enérgico, tenso, largo y animal no encontró respuesta. Alaphilippe, sin energía, apaleado el organismo por la fatiga, la altitud y la turbina de Bernal, claudicó.

El amarillo era para el entusiasta Bernal, de blanco aquel día. El mejor joven del Tour. El mejor de la carrera. Del blanco al amarillo. Así, con más de dos minutos de renta sobre el francés y 50 segundos sobre el resto de jerarcas, Thomas, Kruijswijk, Buchmann y Landa, izó su bandera en el Iseran. El colombiano volaba hacia la épica y quién sabe si hacia la leyenda cuando el director del Tour tuvo que frenarle por la imposibilidad de ascender a Tignes, donde moría la etapa, sepultada la subida por desprendimientos de tierra y la carretera convertida en un río por culpa de un temporal. A Bernal, un portento, solo pudo frenarle la madre naturaleza. Nadie humano pudo con él. Congelados los tiempos en el Iseran, Bernal se convirtió en líder a dos días de París. El postre alpino, recortado por la imposibilidad de acometer el recorrido al completo debido a los estragos causados por la tempestad, lo degustó el colombiano descontando kilómetros hacia Val Thorens. Allí le saludó la gloria, que celebró en el trono de los Campos Elíseos, abrazado a su familia, teñido de maravilloso y reconfortante amarillo, el color del campeón. En París, desde donde el cielo queda más cerca, a un palmo de distancia, envuelto por los sueños, Bernal abrió una nueva era.