Bilbao - Ocho malditos segundos. “Estoy un pelín decepcionado, pero no puedo pedir más. Una lástima por tan poco. Qué le vamos a hacer”, dijo Landa, consciente de que sus pies no pisaban sobre un sueño. Los odiosos ocho arrancaron a Mikel Landa del podio del Giro de Italia, que embocaba en la Arena de Verona. En el anfiteatro romano, donde Chad Haga se hizo con el triunfo, Landa claudicó ante Primoz Roglic, que le sisó el podio en la crono que clausuraba la carrera con una pasarela rosa en la que desfiló mejor que nadie Richard Carapaz, el primer ecuatoriano de la historia en izar su bandera en el centenario Giro. “No sé qué decir, es un sentimiento único. Creo que para mí es el triunfo más grande que he podido lograr en mi vida. Son episodios que en la vida uno nunca puede imaginar. Así como yo lo soñé, lo estoy cumpliendo. Ahora creo que todo es posible”, dijo Carapaz antes de anclarse en lo más alto del podio y retratarse después con su familia. El ecuatoriano se coronó por delante de Vincenzo Nibali y de Roglic, el hombre que arrugó en el último fotograma la enorme remontada de Landa. “Me la jugaba contra un especialista en la contrarreloj y me ha ganado; así es el deporte. He luchado, he dado todo lo que tenía, no he podido hacerlo mejor y me quedo satisfecho por eso”, expuso Landa. El señor de las cumbres ofreció su mejor versión en el skyline del Giro, pero se estrelló en las manecillas, su calvario. La cruz. En Verona, donde el alavés sostuvo la mirada a Roglic, con la voz aflautada por la fatiga, Landa completó una buena crono, insuficiente, sin embargo, para mantener los 23 segundos de renta que disponía respecto al esloveno, que completó un recorrido discreto, pero fue 31 segundos mejor que el alavés.

A Landa, el pegaso de las cumbres, le penalizaron los borrones de Bolonia -aquejado por una alergia- y San Marino, donde el tiempo se le fue volando ante Roglic, al que a punto estuvo de tumbar en Verona. Se quedó corto. Le faltó un chasquido. Un suspiro le sacó a empujones del podio, al igual que en el Tour de 2017. Entonces, el destino fue aún más cruel. “También perdí un podio en el Tour por un segundo así que prefiero perder por ocho que por uno”, apuntó con esa sonrisa tan suya. Landa se quedó a un segundo de la gesta ante un derrengado Bardet. En el anfiteatro romano, el alavés se aproximó a una pulgada de la historia, pero las manecillas le negaron. Tan cerca y tan lejos. Otra vez. Inabordable en las montañas salvo para Carapaz, su compañero y campeón, el reloj de Landa es de plomo. Sus engranajes, su prisión. Las cronos son los grilletes que le impiden volar más alto. El alavés está obligado a mejorar en esa faceta si quiere entrar en la orla que reparte gloria. Ni el seductor Landa y su capacidad para congregar emoción, pasión y entusiasmo en las cumbres, pueden someter al tiempo.

El Giro de Landa fue pura poesía. Respondió al lenguaje gestual de los grandes campeones que no se rinden jamás. Landa, un Quijote, se emparentó con el espíritu del púgil, que aún grogui, en la lona, escuchando la cuenta -perdió casi cinco minutos entre las cronos y una caída con Roglic- se aferra al alma para no hincar la rodilla y continuar peleando. Landa no se plegó. El Giro, a pesar del mal trago de los ochos segundos, supone el regreso de Landa al escaparate después de un curso retorcido por las caídas. El Tour le apaleó cuando cayó camino de Roubaix y la Clásica de Donostia le remató el cuerpo. Landa estaba echo jirones, quebrado su puzzle, horadada la moral por el infortunio. En el retorno a la competición se astilló en Mallorca. Sus últimos meses han sido una contrarreloj, una reconstrucción de sus adentros. En ese tiempo, Landa tuvo que convivir con los miedos mirándose en el espejo del riesgo. El temor a las caídas, al dolor, al dañó. Le pellizcó el tuétano hasta que se desclavó de la cruz.

Sin el peso del pasado atenazándole, Landa busco el futuro a través del presente. Más allá de los ocho segundos, el despliegue del alavés a través de la cartografía del Giro contiene el valor extra de haber logrado la cuarta plaza tras convertirse en el sherpa más cualificado de Carapaz, al que su mejor rendimiento en las cronos y su demostración en los exámenes de la alta montaña, otorgaron la jerarquía en el Movistar. Landa subió a hombros a Carapaz. Supeditado a la cadena de mando del equipo, el de Murgia completó un Giro sensacional, que le vincula al de 2015 cuando fue tercero a las órdenes de Fabio Aru y al Tour de 2017, cuando se quedó a un segundo del podio de París, tras atender jerarquía de Chris Froome.

la fortaleza de carapaz El de Murgia supo enfatizar a el perfil más fotogénico de Carapaz. Le blindó en la montaña. Envió un rotundo mensaje a los rivales del ecuatoriano, que dominó la carrera a través de su equipo una vez detectado el declive de Roglic, imperial en la primera semana y desarmado en las travesías por las bóvedas del Giro, donde el esloveno, aislado, sin compañeros, se atrincheró. A medida que se anuló el poder de Roglic creció el de Carapaz. Frascati, donde ganó le situó en el centro del escenario. La crono de San Marino le validó el liderato en el Movistar. Lago Serrú, donde Landa estalló con una de sus maravillosas escaladas, determinó que Carapaz era el hombre a batir mientras Nibali y Roglic se marcaban al milímetro. El cúmulo de montaña, apilada en diez jornadas, disparó a la Locomotora de Carchi, una localidad fronteriza con Colombia, donde Carapaz aprendió a ser ciclista. Después desembarcó en Nafarroa a través del Lizarte, plataforma de acceso al Movistar. El ecuatoriano, firme y solvente, asestó consecutivos golpes en Lago Serrú (13ª), Courmayeur (14ª, victoria) y Mortirolo (16ª) hasta alcanzar una ventaja de casi dos minutos que, protegido por un equipo fuerte y cohesionado, nadie pudo enjuagar. La crono final en Verona fue para Carapaz el recorrido por los recuerdos de su vida, el callejero que le llevó a la historia. “Se te pasa toda una vida por la cabeza, todo el trabajo que has hecho, todo lo que has sacrificado para lograrlo. Vivir este único momento hace que todo ello valga la pena”, apuntó Carapaz. Landa maldijo el reloj.