AYER el Bilbao Basket se convirtió en equipo de primera, pero su afición ya lo era. Roncos, por los gritos del pasado sábado, y resacosos, por la celebración que duró hasta la madrugada, los seguidores acudieron a Miribilla en masa. El Bilbao Arena reunió a la cuadrilla más grande del mundo para llenar sus gradas, disfrutar de otra borrachera de canastas -aunque la falta de puntería fue clamorosa- y hacer de su equipo uno más de la Liga Endesa. Era un día especial, de los que dan conversación en el bar durante toda una semana. O durante todo un mes. Era un día extraordinario y nadie se lo quiso perder; era un ascenso a la ACB, así que nadie se quiso marchar. Mucho tardaron los aficionados en despedirse de los jugadores, mucho tardaron en salir del Bilbao Arena, pero mucho más tardarán en olvidar lo que ayer vivieron. Lo que disfrutaron. Cuando a falta de un minuto la flecha de Brown consiguió un dos más uno y el Bilbao Basket rozaba la victoria, los hombres de negro hicieron una piña sobre la cancha y no vieron lo que se les venía encima. Alrededor, la grada se volvió loca. Por la megafonía sonaba la mítica canción de Rocky Balboa, recordando que solo quedaban dos escalones por subir. Porque fue un encuentro de tanteador bajo, pero de tensión máxima. Así que cuando Thomas Schreiner hizo lo que quiso desde la línea de triple, 10.000 personas se llevaron las manos a la cabeza. La sorpresa les hizo abrir la boca y la felicidad, arrojarse a los brazos más cercanos. Aunque no tuvieran nombre.

La bocina final llevó al delirio. Tras la tensión, la afición del Bilbao Basket perdió varios kilos y, sin ese sobrepeso, más ligera, flotó, levitó hacia la Liga Endesa. Porque el partido de ayer duró mucho más que dos horas. Duró toda una temporada. Así que ayer era el día de disfrutar. De gustarse y respirar. De bailar. Por eso, dos horas antes del encuentro, los aledaños ya estaban a rebosar. Todos vestían de negro, todos querían que el tiempo corriera, volara; así que se apuntaron sin que les rogaran a la kalejira formada por la batukada Sambalú Aye. Los tambores marcaron el ritmo hacia el pabellón, pero cuando todos estuvieron en la cancha, se hizo el silencio. Los latidos de las 10.000 personas se acompasaron, las respiraciones se sincronizaron y entonces las luces se apagaron. Miribilla quedó a oscuras. Un suspiro parpadeó y se hizo la luz. Saltaron sus protagonistas al campo y se llamó a la locura. El ruido impedía entender los nombres de los hombres de negro, pero tampoco pasaba nada. Todos los presentes se los sabían de memoria. El balón echó a botar y los impulsos, las emociones se apoderaron del partido.

Se aplaudió cada rebote y cada tiro libre, se silbaron todos y cada uno de los ataques del Palma. El Bilbao Arena entero puso nerviosos a los jugadores visitantes, que fallaron cuando había que meterla. Miribilla botó. Miribilla lloró. Miribilla volvió a ser Miribilla. El rival no quería morir tan fácil, pero la victoria era negra. En el palco se puedo ver a Jorge Garbajosa, presidente de la Federación Española de Baloncesto, Germán Monge, presidente de la Federación Vasca de Baloncesto, Juan Mari Aburto, alcalde de Bilbao, y Aitor Elizegi, presidente de Athletic. Nadie se quiso perder el ascenso del Bilbao Basket. Y, ya conseguido, el Bilbao Arena sacó sus bufandas. Los 10.000 presentes las ondearon al aire sabiendo que, la próxima vez que las sacarán, será como una afición de ACB.