PUEDE que en la actual NBA no exista una carrera deportiva con momentos álgidos y bajos más extremos que la de Alfonzo McKinnie (17-IX-1992, Chicago). Este alero de 2,03 metros disputará a partir de la próxima semana las finales de la NBA con los Golden State Warriors, favoritos para conquistar su cuarto anillo en cinco temporadas, tras hacerse un sitio en el equipo en verano y convertirse en un apreciado jugador de rotación a base de defensa, capacidad para finalizar en las cercanías del aro y un tiro exterior en mejoría. McKinnie promedió 4,7 puntos y 3,4 rebotes en temporada regular y en play-off su importancia en el equipo creció tras las lesiones de Kevin Durant y Andre Iguodala. En el último choque de la final de la Conferencia Oeste ante Portland salió en el quinteto inicial, jugó 26 minutos y anotó 12 puntos. No esta mal para alguien que hace tres temporadas daba sus primeros pasos como profesional en la segunda división de Luxemburgo.

Por aquel entonces, era muy difícil intuir un porvenir en la NBA para McKinnie. Sus escasos 11 puntos de promedio en su último curso de high school no le convirtieron en objeto de deseo por parte de las universidades de la NCAA, por lo que acabó en la modestísima Eastern Illinois. Tras dos temporadas, pasó a Wisconsin-Green Bay, donde la fatalidad se cruzó en su camino en forma de dos roturas de menisco. En su campaña como senior no pasó de los 8 puntos y 5,3 rebotes por encuentro, por lo que ni siquiera estuvo cerca del radar de las franquicias de la liga estadounidense. Con cero opciones de entrar en el draft de 2015, ni siquiera logró un puesto para los workouts ni las Ligas de Verano. Pasó julio y tampoco tenía ofertas del extranjero. Finalmente, a comienzos de agosto, cuando estaba ya buscando trabajo en Chicago, le llegó una oferta de los East Side Pirates de la segunda división de Luxemburgo. A falta alternativas, la aceptó.

Él mismo reconoció al San Francisco Chronicle que su primera sorpresa llegó cuando Google le hizo saber que Luxemburgo no era una parte de Alemania, como le habían asegurado. Cuando investigó lo poco que Internet ofrece sobre el baloncesto de ese país, llegó su segunda sorpresa: ¿podía existir una segunda división de este deporte atendiendo al poquísimo nivel de la primera? Pero ahí se fue McKinnie. El choque cultural fue importante -de Chicago a las pequeñísimas localidades de Grevenmacher, cantón que albergaba el equipo-, pero su nivel de juego estaba muy por encima del de rivales y compañeros. Jugando en gimnasios de una sola grada -y casi siempre semivacía-, con compañeros que trabajaban de 9.00 a 17.00 horas porque no eran profesionales, lo que hacía que muchos días ni siquiera pudiesen entrenar cinco contra cinco, McKinnie dominó la competición al promediar 26 puntos y 16 rebotes a pesar de que su equipo apenas ganó un par de partidos, perdiendo la categoría. Intentó que esos números le catapultaran a otra liga europea de mayor renombre, pero nadie se interesó, por lo que en mayo de 2016 fichó por los Rayos de Hermosillo de México. Seguía actuando en una competición alejada de la élite -algunos partidos eran al aire libre y parte de su sueldo se lo pagaban con un 40% de descuento en alitas de pollo en un bar cercano al pabellón-, pero el nivel general de juego y competitividad era mejor.

En verano, la casualidad se cruzó en su camino para dirigirlo hacia la élite. Estados Unidos había decidido empezar a competir en el Circuito FIBA de 3 contra 3 y, siendo los entrenamientos en Chicago, buscaba jugadores locales para hacer de sparrings. Cuando contactaron con él, McKinnie se mostró reacio, pero finalmente accedió porque uno de los entrenadores era Randy Brown, técnico ayudante de los Chicago Bulls. Lo hizo tan bien que su equipo ganó el circuito nacional y acabó llevándose la plata en el Mundial de Guangzhou (China). Con la ayuda de Brown, y tras pagar los 175 dólares de la cuota de inscripción, McKinnie se presentó a los entrenamientos de los Windy City Bulls, el equipo asociado de la franquicia de Illinois en la Liga de Desarrollo. No solo fue seleccionado, sino que ese mismo curso fue elegido para el All Star y acabó promediando 14,9 puntos por partido. La pasada campaña recaló en los Raptors 905, de la misma competición y tuvo la oportunidad de debutar en la NBA con Toronto: 14 partidos y un total de 53 minutos. Un sueño cumplido.

El pasado verano fueron los Warriors los que le invitaron a sus entrenamientos y, cuando parecía que iba a volver a la Liga de Desarrollo, su buen rendimiento fue premiado por Steve Kerr con un contrato garantizado por dos cursos que le permitirá luchar desde la semana que viene por el anillo. Un increíble viaje el suyo.