Se trataba de hacer historia y lo hizo. Corrió alejado de sus enormes prestaciones. Corrió acartonado en el Gran Premio de Valencia, “la carrera más difícil de mi trayectoria”, sin asumir riesgos, o casi, porque llegó a batirse con su único rival en la lucha por la corona de MotoGP, como si nada importase, incluso arrancándose con un toque un apéndice de su Ducati. Hasta que se impuso la cordura, la sensatez. Entonces se dejó llevar. Acabó noveno, sin ver peligrar en ningún momento su condición de líder del Mundial. Le valía con ser decimocuarto para hacer estallar de alegría a toda una nación. A una Italia que trece años después vuelve a tener a un campeón de la categoría reina posterior al legendario Valentino Rossi

“Nunca habrá alguien igual”, decía Francesco Bagnaia (14-I-1997, Turín) sobre su padrino, el patrón de la Academia VR46 que abre el camino hacia la cúspide del motociclismo a los mayores talentos italianos. Bagnaia no es Rossi, pero sí es campeón mundial. Es el tipo que ha devuelto la gloria a Ducati, que solo tenía un título de pilotos en sus vitrinas, el alcanzado por Casey Stoner en 2007. También ha reverdecido tiempos tan pretéritos como los de 1972, cuando por última vez un piloto italiano se hizo jerarca de la cilindrada mayor con una moto de su mismo país, el gran Giacomo Agostini y su MV Augusta. A todos ellos puso de actualidad Pecco Bagnaia, meritorio campeón, autor de siete victorias y diez podios. 

“Tú tranquilo, haz lo de siempre”, le susurró el anciano de 80 años, desplazado para animar a su compatriota. Rossi, su mentor, también trató de relajarle en las horas previas al desenlace: “Rossi me dijo el sábado: ‘Tienes que sentirte orgulloso de tener la posibilidad. No todo el mundo puede sentir esta presión y esta ansiedad’”. Finalmente Bagnaia correspondió a sus compatriotas, no sin apuros. “He tenido muchas dificultades para controlar la moto, pero lo importante es que hemos ganado. Somos campeones del mundo. Esto es fantástico, es un día muy importante y estoy muy feliz”, admitió el campeón, aún incrédulo.

Go Free, le apodan, cuentan que por una aficionada japonesa que un día le dijo: “Pecco, go fast, go free”. Y Pecco adoptó ese alias en nombre de esa libertad para ir deprisa, para creer en los imposibles. Porque allá por mediados de junio, una vez agotada la décima carrera de la temporada, el Gran Premio de Alemania, y a falta de otras diez, y después de sumar cuatro ceros, todo parecía visto para sentencia en favor de un Fabio Quartararo que le aventajaba en 91 puntos. Nada más lejos de la realidad. 

La mayor remontada de la historia

Bagnaia adoptó la filosofía de abrazar el presente, de rodar libre de presiones, pese a ser subcampeón y aspirar a mejorar su prestigio. Esa liberación, desabrochada la presión, le hizo encadenar cuatro victorias después de la cita de Sachsenring para recuperar la esperanza hasta culminar la mayor remontada de la historia. En paralelo, Quartararo se fue desinflando. En Alemania firmó su último triunfo. Mientras la Ducati sostenía su nivel, Yamaha iba cediendo competitividad. Cierto es que solo Fabio ha sido capaz de hacerla correr. Fe de ello son sus 248 puntos por los 42 de su compañero de equipo, Franco Morbidelli, que fue subcampeón mundial en 2020 y esta temporada ha finalizado decimonoveno. Un declive.

Alejado de estridencias, de suntuosas celebraciones, Bagnaia es hijo de la discreción, de la moderación, como su celebración, con el lema “21+42=63, la combinación perfecta”, que representaba la suma de sus números en Moto3 y Moto2 con su dorsal de MotoGP como resultado. Así alcanzó el título de la categoría intermedia en 2018, el subcampeonato el curso pasado y así ha logrado ser campeón de MotoGP, sin hacer ruido. La novena posición confirmó los miedos que rodaban en su interior –“sentía todo el peso de la historia sobre mis hombros”, confesó– y a la vez la cordura, con un ojo puesto en un Quartararo que estaba obligado a ganar pero que en ningún momento rodó en condición de reeditar su corona; ya en la novena vuelta los pilotos de cabeza se escaparon a un segundo del francés. Aunque El Diablo, todo pundonor, rebajó la distancia a medio segundo, para luego volver a ceder ante Álex Rins, Brad Binder, Jorge Martín o un Marc Márquez que bajó la persiana del aciago año con una nueva caída.

Francesco Bagnaia celebra el título con el equipo de Ducati. JAVIER SORIANO | AFP

Eso sí, se vivieron momentos de tensión entre Bagnaia y Quartararo, que por primera vez en la temporada se duelaron sobre la pista. Llegaron a tocarse en el segundo giro, a tumba abierta, saliendo dañada la Ducati, que perdió una aleta lateral. Porque Bagnaia quería proclamarse con tintes épicos, hasta que sentó la cordura, que le condujo sin sobresaltos a inscribir su nombre en el trofeo de MotoGP. La deportividad de Quartararo quedó fuera de toda duda al fundirse en un abrazo con Pecco mientras el italiano celebraba su encumbramiento.

Delante, Rins rodaba a lo suyo, arrebatando el liderato en los metros inaugurales a Jorge Martín, liderando de inicio a fin en la persecución de la última victoria de Suzuki en MotoGP. “No podíamos acabar mejor”, subrayó Rins, que el próximo año correrá en el LCR Honda tras abandonar el campeonato una marca que cierra su tercera etapa en la categoría reina, iniciada en 2015, por causas económicas.

Ducati se adjudica todos los títulos posibles

En cuanto a Aleix Espargaró, el de Aprilia prosiguió sumergido en la frustración. Tuvo que abandonar en el circuito Ricardo Tormo por un problema técnico. Perdió en consecuencia la tercera plaza del campeonato en favor de un Enea Bastianini que terminó la campaña en tercera posición. La Bestia cerró como mejor piloto de un equipo independiente, el Gresini, reafirmando así el dominio de Ducati, que se adjudicó todos los títulos posibles: este último citado, el de pilotos, el de equipos, el de constructores y el de rookie del año, que es para Marco Bezzecchi, otro piloto formado en la VR46 Academy.