Ashleigh Barty y Danielle Collins se citan mañana sábado a partir de las 9.30 horas para hacer historia en el Abierto de Australia. La número 1 del mundo es la primera finalista del país anfitrión desde 1980, cuando Wendy Turnbull perdió ante Hana Mandlikova, y la estadounidense jugará su primera final de Grand Slam a sus 28 años y después de formarse en el tenis universitario de la NCAA y superar los problemas que como profesional le ha causado la endometriosis que padece.

Barty se impuso por 6-1 y 6-3 en poco más de una hora a otra estadounidense, Madison Keys. La australiana, que ya ha ganado Roland Garros y Wimbledon, partirá como favorita ya que a su juego no se le van fisuras. En seis partidos, ha perdido solo 21 juegos y se ha mostrado muy superior a todas sus rivales. Keys quiso asumir riesgos, como es costumbre en ella, pero falló demasiado y se encontró con una jugadora en estado de gracia, la más regular del circuito ahora mismo, que volvió del confinamiento plagada de recursos en su juego. Ayer solo cedió diez puntos con su saque, que sin ser especialmente poderoso le permite llevar la iniciativa muchas veces. "He jugado mi mejor tenis", reconoció la tenista australiana, de talante humilde y agradecido y que no acusa la presión de llevar el testigo de leyendas de su país como Margaret Court o Evonne Goolagong.

Collins, por su parte, siempre ha tenido fama de guerrera y tras las semifinales que disputó en Melbourne en 2019, ha tardado en confirmar sus posibilidades por sus problemas de salud. Ha ido creciendo en el torneo y en la semifinal acabó también con autoridad y escasa hora y cuarto de juego con Iga Swiatek: 6-4 y 6-1. "Es la recompensa a muchos años de trabajo duro y horas de entrenamiento. Es increíble estar aquí ahora después de los desafíos que tuve que superar", celebró la jugadora de Florida, que está ante el mayor reto de su carrera.