Bilbao - Estaba en la grada. Vestido de calle. Quería ver el combate en primera persona. En el Bilbao Arena. El templo del boxeo. Traía consigo una noticia. Pero primero debía de desarrollarse el presente, que es la filosofía de ir combate a combate, que dice Kerman Lejarraga. La sorpresa quedaba reservada para el final. Porque antes, El Revólver encaraba una de esas jornadas trascendentales para la carrera profesional. Arrastraba la amargura de la derrota, la pérdida de su condición de invicto y la cesión del cinturón de campeón de Europa tras su segunda defensa, ante el ruso David Avanesyan, el vigente, el chico que aguardaba en la grada. Contemplando con ojo analítico. Viendo lo que se le avecina. “En Bilbao me han tratado bien” y tal...

Lejarraga buscaba la redención ante el mexicano Luis Muecas Solís. El de Morga asistía a su reinvención. Porque de los errores se aprende más que de las victorias. Al menos eso se dice. Pero esto hay que corroborarlo en las nuevas jornadas de trabajo. Lo demás son palabrerías. Huecos. Vacíos. Estos espacios quería rellenar el morgatarra. De sangre caliente. Retador. Porque dice que para ser el mejor hay que pelear con los mejores. Sin renuncias. Sin temores.

Tocaba Solís. Además, con el título del Campeonato Latino de la WBC del peso superwélter en liza. El mexicano ganaba en estatura. Lo sabía y trataba de alzar los brazos, como queriendo tocar el cielo. Intimidatorio. Por algo le apodan Muecas. Las muecas son gestos que desdibujan el rostro. Sin embargo, Solís era difícil de menear. Sólido, porque temprano probó los cañonazos de Lejarraga.

No es que El Revólver se volviera loco. No. Permanece en proceso de mutación. De mejora. Por eso saltó al cuadrilátero calmado. Buscando el error ajeno antes que ofrecer concesiones. Lejarraga se mostró selectivo. Fruto de ese escoger el momento preciso conectó golpes de poder que a más de uno hubieran mandado a la lona. Dibujó muecas al Muecas.

En un deporte de nervio y milésimas, donde el ruido y los golpes es fácil que nublen la vista y la inteligencia, la templanza es una virtud. Permite pensar. En esas reflexiones que no son más que flashazos en el tiempo, Lejarraga fue descubriendo las fisuras. Eran caminos hacia el rostro de Solís, que recibía dinamita por goteo pero incesante. Golpes que entraban desde la distancia, bien cargados. Solís no obstante se mantenía erguido. Rocoso. En uno de los cruces de guantes en los que agachó la cabeza, abrió la de Lejarraga. Una brecha sin consecuencias. Accidental. El color púrpura comenzaba a manar sobre la lona en el segundo asalto. El mexicano buscaba dañar con manos sobre la línea que marca la goma elástica del calzón. Lejarraga se protegía con la distancia que le permite cargar sus puños. El izquierdo estaba haciendo especial mella. Solís lo recibía con amargura. El Revólver no quería refriegas de cabeza contra cabeza, de golpeos a ciegas. Quería sumar puntos y daño en cada ataque. Un sibarita.

En el cuarto round la nariz de Solís comenzó a sangrar. La tuya por la mía. Hermanos de sangre. Pero Lejarraga ya ofrecía muestras de superioridad. Desde la templanza que puede ofrecer una guerra cuerpo a cuerpo, Lejarraga vio una luz. Una reminiscencia. El recuerdo que le llevó a sus dos coronaciones de campeón de Europa, ante Skeete y Gavin. Enfocó con la mira. Y disparó El Revólver contra la zona hepática que tanta gloria le ha dado. Imprimió el dolor de un navajazo al mexicano. Restaban doce segundos para el final del asalto. Pero el yucateco soltó el bucal en la cuenta atrás. Se agotó el décimo segundo. Lejarraga (28-1-0, 23 K.O.) se ceñía el cinturón del Campeonato Latino del WBC superwélter ante Solís (25-10-4, 21 K.O.). Y doble premio para Lejarraga -triple si se tiene en cuenta el resarcir-: Avanesyan visitaba Bilbao para sellar la revancha. Un paso atrás para dar dos hacia adelante.