NO te haces a la idea de lo duro que es hasta que estás aquí. Cuando se viene aquí se sabe lo que hay: peligro y sufrimiento. Aquí no creo que disfrute nadie. Es una odisea”, dibuja la voz de Markel Irizar desde el desierto de Catar, que ayer cerró su Tour con el triunfo de Terpstra, el más rápido de la prueba, un Lawrence de Arabia. Si el Mont Ventoux es un viaje a la Luna, a la montaña calva, correr entre dunas, tormentas de arena, en un paisaje infinito -“sin referencias”, enfatiza Josu Larrazabal, preparador y director de Trek-, es aventurarse a Marte, el planeta rojo. El de Catar es un planeta beige, arenoso, con apenas una cremallera de brea, y el sol más blanco de lo inflamado que está. Es el más hostil de los hábitats. “De media hay 30 grados; lo peor de correr en Catar no es la temperatura”, estima Larrazabal sobre una carrera en la que “hay una ausencia total de referencia: es como correr en el infinito con la única referencia del cuentakilómetros y algún cambio de dirección”.

Arena en el horizonte, arena en los costados, arena en el viento, arena en los ojos y en la boca. “No es fácil respirar con tanto polvo y arena cuando sopla el viento”, apunta Markel Irizar sobre una carrera que se disputa entre abanico y abanico por lo abierto del paisaje. Sin refugios naturales como montañas o árboles y sin apenas poblaciones o construcciones que refugien al ciclista del viento. “Según vas en tu abanico sabes que te quedan cuatro o cinco horas de sufrimiento. No te puedes relajar, si no te quedas y vas al siguiente grupo”. Además de los abanicos, que exigen concentración, pericia y motor por el viento que sopla en el desierto, -“son situaciones de mucho estrés porque se acumula la fatiga de ir a tope y el hecho de meter cuneta para evitar el viento. Van al límite”, dice Larrazabal- la arena se cuelga del aire. El efecto es tan incómodo como inmediato. “No solo la respiración; también a la hora de ver porque la arena se cuela por todos sitios”, alerta Larrazabal sobre las exigencias de rodar en medio de la nada sin levantar la vista de “la rueda del que va delante de ti”. La concentración debe ser máxima porque la carrera va lanzada, muy tensa desde que se abre el portón y asoman los galgos. “Si no te caes, que es muy complicado, coges un ritmo brutal en los abanicos”, subraya Irizar. No hay balnearios en el desierto. A fuego. Por eso son muchos los que piden a sus equipos que no les alisten en el desierto, un ecosistema que no hace prisioneros. “Sé que si salgo de aquí de una pieza, a la vuelta tendré un puntito extra”, expone Irizar. “Son etapas de supervivencia. Se va a tope desde salida por el tema de los abanicos y siendo principios de temporada, los corredores no están en su momento óptimo de forma y sufren más si cabe”.

un ciclismo distinto Además del físico, laminado entre latigazo y latigazo del viento, y la mente, estresada ante la extrema concentración que exigen la velocidad, los abanicos y el nulo amparo paisajístico, el desierto altera la cartografía del ciclismo, la voltea. “Otra de las características es que no existe un patrón definido como ocurre con la inmensa mayoría de las carreras”, determina Larrazabal. En el ciclismo de raíz europea, las etapas, salvo excepciones, siguen un esquema que se repite. “Batalla hasta hacer la escapada, cabeza de carrera y pelotón manteniendo esa lucha, y acelerón final de los perseguidores para tirar abajo la escapada y disputarse la victoria”, desgrana el preparador del Trek. Ese modus operandi que permite correr durante un buen tramo de la etapa con cierto relajo, no tiene encaje en el desierto porque “se va a tope desde el inicio y una vez que se forman abanicos por el viento, olvídate. No puedes ni soltar las manos del manillar. Lo importante es dar relevos para no descolgarte”.

Por eso, en Catar conviene imitar a los camellos y dromedarios, tan adaptados a los rigores desérticos. “Intentamos beber mucho antes de salir porque si tu coche va en otro grupo por culpa de los abanicos, y te quedas sin agua las pasas canutas”. Esa sensación de sufrimiento la expresó gráficamente Alejandro Valverde que dijo tras una etapa con tormenta de arena incluido que prefería etapas con “cinco Tourmalet” ante la dureza que provoca Catar, que albergará el Mundial el próximo año. “Una cosa es segura, al final del año si preguntas cuáles han sido las diez etapas más duras del año, alguna Catar sale fijo”, remata Larrazabal sobre los centauros del desierto.