Bilbao
SIEMPRE se tienen mariposas en el estómago, pero no se trata de matarlas sino de ponerlas en posición de combate", rememora Joshe Abando, reputado psicólogo deportivo, al citar las palabras de un preparador estadounidense para referirse al temor que sienten los deportistas cuando compiten y la manera de voltear esa sensación para rendir lo mejor posible. La percepción del miedo siempre existe. Está ahí, en estado de alerta, al acecho, dispuesto a convertirse en una tenia que jamás caduca porque es inherente a la naturaleza del ser humano, a su mente. Ese 'parásito', seguro, correteará por el césped en el tramo final de Liga donde el Athletic suspira por un final de curso sin sobresaltos en los últimos diez partidos; se pondrá los tacos en la liguilla de semifinales del Parejas y pisará el parqué en la final de la Eurocup que disputará el Bilbao Basket. "Cuanto más próxima es la cita importante, el miedo va adquiriendo mayor peso y volumen en los deportista", dice Abando sobre una criatura capaz de tumbar a un gigante con el aleteo de una mariposa.
El efecto del miedo, cuyas ramificaciones son ilimitadas (miedo a ganar, a perder, a no cumplir con las expectativas ...) es una constante en la alta competición, un universo plagado de citas extraordinarias, donde el fracaso y la gloria cohabitan en un centímetro, en un remate, en una centésima. Un viaje de todo o nada. "No se trata de negar la existencia del miedo, más bien de transformarlo en un factor positivo a la hora de rendir y competir. La clave es controlar el miedo. No se deben gastar energías en luchar contra el miedo, pero no hay que dejar que éste tome el control", explica Carlos Ramírez, psicólogo deportivo.
Domesticar el miedo requiere un entrenamiento mental específico, exacto, concienzudo y prolongado en el tiempo. "Al igual que se entrena la táctica, el físico o la estrategia resulta fundamental entrenar la mente durante mucho tiempo para poder transformar la sensación de miedo en algo positivo, que contribuya a mejorar el rendimiento del deportista. Hay que meter horas, horas y más horas para tener una respuesta adecuada frente al miedo para poder hacer de él un aliado", analiza Ramírez.
Coinciden ambos especialistas, que en el deporte de elite una mala preparación mental aproxima al competidor al fracaso entendido como "no haber alcanzado el máximo rendimiento personal y haber rendido por debajo de las posibilidades". La psicología deportiva busca reforzar el rendimiento del individuo, algo que, sin embargo, no debe entenderse como una disciplina que garantiza el triunfo. "Es una herramienta más para la mejoría del rendimiento, pero ganar o perder depende de muchísimos factores y variables. Es un conjunto", alumbra Ramírez.
un duro trabajo Para aproximarse a "un rendimiento pleno se debe trabajar mucho el aspecto mental. No se puede disociar la mente del cuerpo, eso es un error de base. Todo es un conjunto y más si cabe en la alta competición donde el cuerpo y la mente tienen que estar perfectamente preparados y alineados para asegurar un buen rendimiento", explica Abando, consciente de la dificultad que entraña positivizar las profundidades del ser humano, que no deja de ser un recipiente repleto de matices, aristas y vericuetos. "Transformar el miedo en algo beneficioso no es algo que se pueda llevar a cabo de un día para otro. Alguien que siente miedo en citas importantes no desterrará esa sensación porque acuda a un par de sesiones de entrenamiento mental".
Expone Ramírez que "de alguna manera, hablamos de transformar el pensamiento y eso es muy complejo". Las personas son, entre otras muchas cosas, un cúmulo de pensamientos, un torbellino de sentimientos, un huracán de sensaciones y un baúl repleto de vivencias y experiencias que aletean en la mente, un territorio tan fascinante como angosto a la hora de ser explorado. En ese espacio tan sumamente complejo interactúa el mecanismo del miedo, cuya procedencia puede ser tan variada como experiencias haya vivido una persona en su tránsito vital. "El miedo está instalado en el pensamiento. Partiendo de esa base, nos llega desde los recuerdos, desde nuestro pasado. Una mala experiencia en un torneo anterior, en un determinada situación, similar a la que podamos vivir, puede provocar un miedo en el presente producido por un episodio del pasado puesto que ese pensamiento negativo viaja con nosotros en el tiempo", argumenta Joshe Abando. La capacidad vírica del miedo, su facilidad para el contagio y para saltar en el tiempo, complican su tratamiento. "El miedo aparece como un hábito que aprendimos en situaciones del pasado. Los miedos son algo que hemos aprendido. Es parte de todos nosotros. La diferencia radica en cómo lo manejamos, si como un estímulo para dar lo mejor de nosotros mismos o si por el contrario nos paraliza y nos vence", indica Ramírez. "Crecerse o achantarse", acentúa Abando.
Exponer las interioridades de nuestros temores, abrir la puerta secreta de la mente -"lo que equivocadamente se entiende como una debilidad", recalcan los expertos- genera todavía importantes reticencias en el mundo del deporte, un tanto refractario a la aportación de la psicología como otra especialidad necesaria para optimizar las cualidades de los deportistas. "Se ha avanzado, pero sí es cierto que a muchos deportistas les cuesta hablar de lo que sienten, de sus pensamientos, de sus miedos o inseguridades", apunta Ramírez sobre una disciplina compleja porque bucea en las profundidades del ser humano. "A muchos les cuesta porque no se sienten cómodos hablando de ellos mismos. Además no tenemos que olvidarnos de que la información que se obtiene es 'delicada'. Algunos entrenadores entienden que la presencia de un psicólogo puede ser una intromisión en el vestuario. Otros, sin embargo, lo entienden como una aportación positiva". Lo importante, entienden los psicólogos, es "abrir espacios para hablar sobre esos temores de forma natural . En esas situaciones la participación de los líderes que convoquen pensamientos positivos, que ayuden a generar un clima de confianza y de superación son una buena influencia porque el miedo se contagia muy fácil".
huella física Más allá de la nítida incidencia mental, el adhesivo del miedo también impregna la respuesta física, donde su huella resulta muy perceptible, imborrable, para bien o para mal. "El miedo es una emoción básica que nos protege, pero que también nos limita. Actúa en el cuerpo como un chute de adrenalina, produce una hiperactivación del organismo, que tiende a acelerarse. La cuestión es que esa sacudida puede ser beneficiosa o perjudicial según sea capaz de transformarla cada individuo. Unos emplean ese efecto miedo, ese subidón, como un aliciente para darlo todo, y a otros, sin embargo, les bloquea, les hace muy pequeños y les acaba devorando", enumera Ramírez, mientras Abando insiste en que "además de poder bloquear o de servir de acicate, otro efecto que produce es que si tu rival detecta el miedo, él se viene arriba y tú te vienes abajo. Seguramente él rendirá mejor porque se siente más seguro al ser consciente de que el otro no puede con el miedo. Eso acerca a uno hacia su mejor versión y al otro hacia una peor".
Aunque no tiene sentido y resulta contraproducente negarle la existencia al miedo,- "es un fantasma al que hay que desnudar quitándole la sábana", matiza Carlos Ramírez- evitar que sus fauces hagan presa con facilidad sobre el rendimiento del individuo, resulta preciso, según Joshe Abando. "Regular el nivel de tensión es básico porque el miedo te lleva al descontrol y a la pérdida de la focalización. Logra que te salgas del aquí y ahora, de la tarea, eso que debes realizar en ese momento y es tan importante. Las distracciones son muy perjudiciales en la alta competición". La aristocracia del deporte no permite renuncios, castiga las dudas y carga con plomo los errores. Por eso, Abando y Ramírez, exponen que "la focalización en la tarea, en lo que se tiene que hacer a cada momento, es determinante. Los automatismos son esenciales en la alta competición. La acción y la reacción están en el centro del comportamiento del deportista". Los pensamientos negativos, que "influyen mucho en el ánimo", alejan ese objetivo porque distraen el foco de atención sobre los quehaceres y asoma la desconcentración, fatal cuando las diferencias son tan exiguas.
Para esquivar las distracciones se imponen las rutinas, que en buena medida determinan el reloj de los deportistas. "De forma intencionada se intenta que no haya puntos muertos, momentos de vacío, en los que la cabeza puede dar muchas vueltas a la cosas", radiografía Carlos Ramírez sobre una pautas muy marcadas, concretas y planificadas. "Incluso la siesta está determinada como otro eslabón más de la cadena del deportista. Es otro espacio ocupado, al igual que ocurre con el entrenamiento, el visionado de vídeos, la charla táctica o la comida. Se trata de tener a los deportistas ocupados, de que tengan una tarea que desarrollar y se concentren en ella", enumera Ramírez. De hecho, si en ese rutina se abriera una ventana para la charla psicológica también tendría que ser insertada bajo esos parámetros, como otro 'clase'. En esos entrenamientos de la mente, en esas prácticas, "lo importante es verbalizar los pensamientos y los miedos, que ocupan una parte importante", consideran ambos especialistas sobre la sensación de miedo, esas mariposas capaz de tumbar a un gigante.