bilbao. La mayor representación anímica de las personas son las lágrimas. Esas saladas gotitas que igual se precipitan para el amargo llanto o el dulce sollozo, apenas diferenciables en las maneras, pero que no engañan como lo hacen las palabras. Son más convincentes que éstas, más vigorosas, más emotivas. Las que salpicaron ayer en el garaje de Ferrari fueron de felicidad, de esa felicidad que es suprema cuando se alcanza desde la cuna de la mayor de las sorpresas. Malasia lloró para Alonso, en todos los sentidos.

El asturiano, armado de coherencia y sedosas manos, reforzado por el imperio del caos que arremetió contra todo lo ajeno -los siete pilotos que salieron delante suyo erraron, con la salvedad de Hamilton, a quien caparon sus mecánicos privándole de un triunfo que hubiera sido lógico-, acompañado por su ahora querida y necesaria lluvia, se erigió como el valor añadido de la Scuderia, como el factor determinante para hacer ganar a una máquina ramplona. Con esa amalgama de sucesos, Alonso pudo reverdecer tiempos pretéritos, los de hace ocho meses, cuando ganó en julio de 2011 en Gran Bretaña su última carrera. Sepang, donde ha vencido con tres marcas diferentes (Renault, McLaren y Ferrari), brindó su séptima conquista con la fábrica de Maranello, la 28ª de su carrera deportiva, la que le encumbra al quinto peldaño del olimpo de los pilotos, superando las 27 victorias de Jackie Stewart y a rebufo de las 31 de Nigel Mansell. Encima, quién lo diría con el dramatismo residente, Fernando se ha aupado a las barbas del Mundial, es el "sorprendido" líder.

El clima tropical de Malasia regaló una jornada de chaparrones en la que la maquinaria quedó relegada, donde la destreza del piloto se agudizó. Fue condicionante desde el primer instante, antes incluso. Justo cuando los coches aparcaron en sus lugares de salida arreció el temporal. Los equipos montaron neumáticos mixtos y las propuestas estratégicas se multiplicaron. En el caso de Vettel, no pudo jugar la baza de sus gomas, con cinco vueltas más de vida que las del resto por ser duras. Si bien, en los albores de la temporada, sumar es obsesión, de manera que se impuso el respeto. Falló uno de los jóvenes, Grosjean, superado el primer recodo. Tocó a Schumacher y relegó a éste, que era quinto, al tumulto. Le anuló. Mientras, Alonso se fajaba con precisión, encauzado en el lugar apropiado, con buena visión, con anticipación a los acontecimientos y favorecido por el error del francés de Lotus, que hizo brecha. Lideraba Lewis Hamilton, secundado por Jenson Button y Sergio Pérez.

La lluvia fue in crescendo. Los monoplazas reclamaban gomas extremas y se turnaron las visitas al pasillo de boxes. Entonces, asistiendo a la vuelta 6, apareció la bandera amarilla, los bólidos formaron fila india, se anularon las diferencias y consumieron tres giros más tras el coche de seguridad. La carrera se detuvo a esas alturas y durante 50 minutos por el riesgo de patinajes y la falta de visibilidad. Las cuatro horas de margen total para desarrollarse la cita no condenó a las prisas.

relanzamiento Al escampar, se retomó la carrera en el giro 13 con una salida lanzada, el asfalto a remojo y la imposición de rodar con calzos rayados. De modo que poco después fueron desfilando por los garajes para montar neumáticos intermedios ante el inminente secado de la pista, pero con la constante predicción de nuevos chubascos.

Button, vencedor en Australia, se salió de pista e impactó con Karthikeyan pinchándose una rueda, lo que le relegó de la batalla; Pérez ocupó la segunda plaza, mientras, Alonso rebasó a Webber y se asentó tercero. Inmersos en esa danza del pit line, Hamilton y Pérez, el horizonte del asturiano, tuvieron problemas en sus visitas a boxes. Alonso, con estas coartadas, se vio liderando la prueba, el mejor de sus sueños de hizo material. Corría la 16ª vuelta.

Nació un ejercicio de supervivencia, la mayúscula genialidad de Alonso. El factor superlativo absoluto que son sus manos fue el antojo para la defensa. El bicampeón, hijo de la acción, propuso morir atacando. Exprimió el agua que él convierte en ventaja y endosó un segundo por giro al mexicano. A ritmo de vuelta rápida llegó a irse hasta los 7 segundos de diferencia respecto a Pérez en el ecuador de una cita de 56 vueltas, pero este renació como el Ave Fénix cuando el circuito se fue secando. Sauber se transformó en proyectil y Ferrari en caracol.

El Checo Pérez desplegó potencial y Alonso dejaba a la luz las vergüenzas de Ferrari, un coche precario en seco. El piloto jalisciense empalmó 9 vueltas rápidas y se quedó a un segundo del asturiano, que vio la luz con el nuevo paso por el pasillo de garajes. Ahí cobró de nuevo 7 segundos de renta por la lenta maniobra en el box de Pérez, que cambió gomas un giro después. Aunque el mexicano, ante su posible primer triunfo, no claudicó y se asentó otra vez en la estela de Fernando. Tuvo Checo al final que contentarse con la segunda plaza, la que dio a México un podio 41 años después de Pedro Rodríguez, puesto que también mamó de la fortuna que tuvo Alonso, como la de que el tenso Vettel rompiera su neumático trasero. Asimismo, el propio Pérez, a quien mandaron prudencia, se fue largo en una curva a falta de 5 vueltas. Alonso descansó. "Estoy sorprendido", iteró al verse ganador. Cómo no, si dibujó para Ferrari "una de las carreras más bonitas", como se escuchó por radio, allí donde las lágrimas nacían por regocijo mezclándose con la divina lluvia malaya. Quién lo diría.